En un tiempo muy remoto, cuando el sol todavía no calentaba la tierra, los aluxes amontonaban enormes piedras (que
en ese entonces no tenían peso) con sólo silbar, de esa manera, en un
abrir y cerrar de ojos levantaron los grandes monumentos de las ciudades
mayas; por eso, aunque imperceptibles, miles de años después aún cuidan
con recelo sus dominios.
Palabras más, palabras menos, los mayas de hoy cuentan que así fueron edificados los ejemplos más excelsos de su arquitectura: El Adivino de Uxmal, El Templo de Kukulcán en Chichén Itzá, El Templo de las Siete Muñecas en Dzibilchaltún, y tantos otros que asombran a propios y extraños.
Entre la verdad y la ficción, investigadores del Instituto Nacional de
Antropología e Historia (INAH) se dieron a la tarea de documentar el
posible origen, así como las costumbres y quehaceres de los aluxes
que, como se dijo, para los mayas contemporáneos nada tienen que ver
con el enano de pelaje blanco y facciones simiescas, compañero de
aventuras del luchador “Tinieblas”.
Como parte de la línea de investigación dedicada al chamanismo y al
nagualismo, el equipo Península de Yucatán del Proyecto Etnografía de
las Regiones Indígenas de México recorrió varias comunidades de esta
región en donde el aluxe tiene una función primordial como cuidador de milpas, un ser que cobra vida gracias a los trabajos de un jmeen o brujo.
Pero antes de adentrarnos en la rutina de un aluxe, la
antropóloga social Ella Quintal Avilés, coordinadora de este grupo de
investigadores, nos explica en términos de la mitología, quiénes y de
dónde provienen estos personajes diminutos y etéreos.
“Para los mayas actuales, la primera humanidad estuvo constituida por
enanos que fueron destruidos por un diluvio. La creencia es que la
humanidad está ahora en su cuarto ciclo y que la raza primitiva de
Yucatán fue de pequeños hombres sabios que construyeron las grandes
urbes, de las que ahora únicamente quedan ruinas como testimonio”.
Con presteza, los aluxes laboraban en la oscuridad debido a
que el “astro rey” todavía no aparecía en el firmamento, cuando esto
sucedió —según otra versión— los pequeños seres se convirtieron en
piedra.
Ella Quintal recordó que hace poco más de una década, cuando realizó
algunos estudios en el sitio arqueológico de Xcambó, en Yucatán, donde a
su vez existe una capilla dedicada a la Virgen de Xcambó, se
encontraron ofrendas recientes que contenían, entre otros elementos,
tres figuras de cera contenidas en frascos y “las cuales podrían aludir a
los aluxes, aunque también a un ‘amarre’ amoroso”.
Cierto o falso, el hecho es que los aluxes se consideran
moradores de las zonas arqueológicas, e incluso, son ellos quienes deben
conceder el permiso a los arqueólogos y sus equipos de trabajo para
realizar excavaciones en estos lugares. Es por eso que antes de iniciar
temporadas de campo, se lleva a cabo algún tipo de ceremonia.
Un cuidador diligente
Patricia Balam, integrante del grupo de antropólogos y etnógrafos que se dedicaron a documentar esto, señala que un jmeen o brujo es el intermediario para dar vida a un aluxe en respuesta a la solicitud expresa de un campesino o dueño de terreno en general, a fin de que el aluxe le ayude a vigilar, ya sea una finca, quinta, monte, milpa o henequenal.
Luego de este preámbulo, entramos en materia. La representación de un aluxe
suele ser una figura de entre 5 y 20 centímetros de altura, hecha de
barro, cera, madera, tela u hoja de elote, sobre la que se derraman
nueve gotas de sangre del dedo del campesino que quiere convertirse en
su amo.
En una parte recóndita del monte o del sembradío, el jmeen es el encargado de la hechura del aluxe, que también se denomina arux, aluxo’ob o alux k’at.
“Los
ojos, las uñas y los dientes son simulados con semillas de frijol,
mientras el vestido es de hoja de maíz, aunque la figura también puede
ir desnuda. Después, el jmeen prende algunas velas y presenta el aluxe
al sol y al dios de la lluvia, acto seguido le vierte algunas gotas de
sangre y le sopla en su parte posterior, para luego pronunciar el nombre
del amo”.
Patricia Balam continúa diciendo que ya que el aluxe cuenta
con ánima y está en posesión de su dueño, se dedicará a espantar a los
ladrones de los productos de la tierra, con silbidos y pedradas. Así
mismo, atacará y castigará a quienes cometen actos indebidos en el
terreno agrícola, lo cual incluye enfermedades.
Es en este punto en el que la propiedad de un aluxe puede
resultar contraproducente, pues si el beneficiario de sus servicios se
olvida de su manutención o de respetar sus días de descanso, el mal
caerá sobre él.
Un aluxe suele trabajar por la tarde, cuando su amo ya se ha
retirado de la milpa. Se aparece con sombrero y escopeta en mano, además
de ir acompañado de un perro; según la creencia de los lugareños
descansa martes y viernes, días que aprovecha para tomar saka o atole de maíz que le dejan sus dueños.
De acuerdo con Patricia Balam, “los mayas de la península de Yucatán piensan que el aluxe es un ser conciente, capaz de cumplir promesas al milpero, pero también de castigar a los incumplidos y a los transgresores.”
Cuando la relación entre el campesino y el aluxe debe terminar
en vista de alguna enfermedad, término de la milpa, cambio del dueño
del terreno o descontento de su amo por alguna travesura del “duende”,
es prudente recurrir de nuevo al jmeen para que éste le explique al aluxe las causas por las cuales se prescinde de sus servicios.
“Se cree —concluye Patricia Balam— que un aluxe es un enviado
de la divinidad cristiana, sin embargo, con menor frecuencia algunos
consideran que es un aliado del diablo. Y si bien con
su ayuda habrá siete años de prosperidad agrícola, al término de ese
lapso puede ‘llevarse’ a su amo, así que no es de fiar”.
Como todo mito, el aluxe no muere, sólo vuelve a su lugar de
origen: monte, gruta, cenote, ruinas… allí, si alguien permanece atento
en medio de la noche, podrá escuchar los sigilosos pasos de estos seres
que aparecieron en el inicio de los tiempos.
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