Fue en el pálido jardín de Zais,
Los jardines neblinosos de Zais,
Donde florece el nephalot blanco,
El perfumado heraldo de medianoche.
Ahí dormitan los quietos de cristal,
Y arroyos que fluyen sin murmurar,
Los suaves arroyos desde las cavernas de Kathos
Donde germinan los espíritus calmos del ocaso.
Y sobre los lagos y arroyos
Hay puentes de alabastro puro,
Puentes blancos todos tallados hábilmente
Con figuras de hadas y demonios.
Aquí resplandecen soles raros y planetas extraños,
Y extraña es la creciente Banapis
Que se pone más allá de las murallas cubiertas de hiedra
Donde se hace espeso el ocaso del atardecer
Aquí caen los vapores blancos de Yabon;
Y aquí en el remolino de vapores,
Yo vi a la divina Nathicana;
La enguirnaldada, blanca Nathicana;
La de ojos humildes, la de labios rojos Nathicana;
La de voz plateada, la amada Nathicana;
Y siempre fue ella mi amada;
Desde las edades en que el era no nacido;
Cuando nada nacía, salvo Yabon.
Y aquí habitábamos por siempre
Los niños inocentes de Zais,
En forma queda, en los senderos y las plazoletas
Coronados de blanco con el bendito nephalot.
¡Cómo acostumbrábamos flotar en el ocaso
Sobre prados cubiertos de flores y sobre laderas
Todas blancas con el humilde astalthon;
El humilde pero amado astalthon,
Y soñábamos en un mundo construido de sueños
Sueños que son más rubios que Aidenn;
Sueños luminosos que son más reales que la razón!
Así soñamos y amamos a través de las edades,
Hasta que vino la maldita estación de Dzannin;
La estación maldita por demonios de Dzannin;
Cuando rojos brillaron los soles y planetas,
Y brilló la creciente Banapis,
Y rojos cayeron los vapores de Yabon.
Entonces enrojecieron las flores y los arroyos
Y lagos que yacían los puentes,
E incluso el calmo alabastro
Brilló rosado con reflejos misteriosos
Hasta que las esculpidas hadas y demonios
Miraron, rojos, desde detrás de la sombra.
Ahora mi visión enrojecía, y en forma demencial
Yo me forcé por vislumbrar a través de la densa cortina
Y vi a la divina Nathicana;
La pura, siempre pálida Nathicana;
La amada, inmutable Nathicana.
Sin embargo, vórtice sobre vórtice de locura
Nublaron mi laboriosa visión;
Mi maldita, enrojecida visión;
Que construía un mundo nuevo para mi contemplación;
Un mundo nuevo de color rojo y tinieblas,
Un horrible coma llamado vida
Ahora en este coma llamado vida
Yo contemplo los brillantes fantasmas de belleza;
Los fantasmas de falsa belleza
Que ocultan todas las maldades de Dzaninn.
Los veo con ansia infinita,
Tan parecidos a mi amada:
Aunque en sus ojos brilla su maldad;
Su crueldad e impiedad,
Más despiadada que Thaphron y Latgoz,
Doblemente nociva por su disimulo que atrae.
Y sólo en los sueños de medianoche
Aparece la perdida doncella Nathicana,
La pálida, la pura Nathicana
Quien se desvanece en la mirada del soñador.
Una y otra vez yo la busco;
Y en mi lástima recurro a los profundos tragos de Plathotis,
Profundos tragos mezclados en el vino de Astarte
Y fortalecidos con lágrimas de largo llanto.
Y añoro los jardines de Zais;
Los amados, los perdidos jardines de Zais
Donde surge el blanco nephalot,
El flagrante heraldo de medianoche.
El potente último trago estoy preparando;
Un brebaje con el cual los demonios se deleitan;
Un trago con el cual desaparezca el color rojo;
El horrible coma llamado vida.
Pronto, pronto, si no me falla el brebaje,
El rojo y la locura se desvanecerán,
Y en la profundidad tenebrosa habitada por gusanos
Se pudrirán las cadenas que me han sujetado.
Una vez más los jardines de Zais
Resplandecerán blancos en mi visión largamente torturada
Y en medio de los vapores de Yabon
Se levantará la divina Nathicana;
La eterna, restaurada Nathicana;
Cuya imagen no es posible encontrar en vida.