En
la primera época del antiguo Egipto, en un tiempo remoto anterior a la historia
más conocida de esta popular y fascinante cultura, los habitantes de la
soleada tierra del Nilo (particularmente en el Delta) concebían al sol como una cósmica y divina
serpiente que recorría o surcaba diariamente el paisaje celeste. Y así
lo reflejaron en el arte y el mito de aquellos ancestrales siglos. El sol
no era todavía el patriarcal dios Ra (supremo creador) que viajaba por el
firmamento en la barca divina celeste, sino
una diosa serpiente cósmica llamada Uadyet que todos los días a
lo largo del año fluía ondulante por el
cielo. A esta serpiente o cobra solar se la denominó también la Señora
del Cielo. Igualmente recibió en el Delta del Nilo el nombre de La
Verde, pues su presencia era la que hacía crecer las plantas y daba
fertilidad al suelo y a las aguas (crecidas cíclicas del Nilo). O bien el
apelativo de La Vigorosa, vinculándola siempre con la
regeneración.
Luego,
con
el tránsito de las diferentes culturas de la historia en aquellas tierras
a lo largo de los siglos y los milenios, la diosa serpiente solar Uadyet
cambio su nombre y fue llamada Uraeus o Ureus (en el siglo V antes
de cristo) y desde entonces así se la conoce popularmente cuando la vemos
en la forma de cobra divina enclavada en la corona de los faraones como
símbolo de protección. También
durante su evolución mitológica Uadyet fue incorporada al mito solar
clásico y se transformó en el famoso Ojo de Ra (el ojo
izquierdo de Ra), al configurarse este como dios supremo por fusión o
sincretismo de
varias divinidades solares antiguas. Y así la Cobra Solar pasa a ser un
atributo del sol patriarcal Ra, es decir su calor o su llama, recibiendo
en esta función la denominación de La Llama. Posteriormente fue
incorporada también en la leyenda de Osiris, donde ayudó a Isis cuando
escondíó al joven Horus en los pantanos del Delta, alimentándole con su
leche.
Pero
volviendo al principio de esta exposición ... ¿porqué llegaron a concebir
en aquel primer tiempo lejano al sol como una serpiente celeste en vez del
disco solar ordinario con el que después ha sido representado hasta hoy en día?
Pues porque los sabios egipcios de esa primigenia época no vieron al sol como una
simple esfera o foco de luz y fuego sino más bien como un flujo luminoso que surcaba la bóveda
celeste impregnándola de luz y de vida. No
concebían o percibían el sol como un mero punto o núcleo que se desplaza sino como una onda que pulsa, por lo que
llegaron a representarlo con el símbolo de una serpiente que sinuosa recorre el cielo:
la serpiente solar Uadyet.
¿Y
cual es el sentido o la base de esto? Hoy en día nos cuesta entenderlo,
puesto que concebimos la realidad de una manera muy distinta. Sin embargo
la visión egipcia antigua original tiene un gran sentido escondido. Nosotros percibimos el
sol con nuestro hemisferio izquierdo lógico y analítico (que rige el
lado derecho del cuerpo). En cambio ellos
lo percibían con el hemisferio cerebral derecho: abstracto, intuitivo y
penetrante (de ahí que Uadyet sea luego el Ojo Izquierdo de Ra, es decir
la visión profunda). De esta manera veían el sol no como mero fragmento
o cuerpo luminoso aislado que se mueve o desplaza en
el espacio celeste en un tiempo repetido, sino con una
visión global holográfica supratemporal, es decir una onda de luz.
Es
preciso explicar esto con cierto detalle para que podamos tal vez alcanzar
a entenderlo. El sol surca el cielo cada día, sin embargo a lo
largo del año cada día lo
hace siguiendo un recorrido ligeramente distinto. En realidad el sol tiene
183 posiciones u órbitas en el cielo, por las que pasa dos veces cada
año. Y esto lo podemos dividir siguiendo
una pulsión similar a la de una onda: un punto central y 91 arriba y 91
abajo. La onda aparente del sol oscila una posición cada día, siguiendo
una pauta creciente y otra decreciente a lo largo del ciclo del año, que
constituye
la onda solar aparente.
De
esta manera los egipcios veían el sol en su ciclo global anual y ahí es
donde lo concebían como una divina serpiente que en sinuosa onda recorría
anualmente el cielo, siendo cada día un fragmento o momento del movimiento completo
de la onda. Partiendo de la posición central las 91 posiciones
ascendentes llevan al solsticio de verano (puerta de los hombres), luego
las primeras 91 descendentes conducen al equinoccio de otoño, las
siguientes 91 descendentes acaban en el solsticio de invierno (puerta de
los dioses) y por último las siguientes 91 ascendentes llevan al
equinoccio de primavera y así se completa el ciclo o rango de la onda
solar o divina serpiente Uadyet.
Así
la diosa Uadyet, la luminosa cobra solar, fluye en en una suerte de
espiral u onda que gira o pulsa en torno al plano humano. Pasa así el sol
diariamente por el mundo celeste superior y luego recorre el cielo
inferior o inframundo (Duat) para luego emerger otra vez en el espacio
visible. Esto lo realiza mediante un giro espiral u onda serpentina
pulsante, cuyo rango se extiende a lo largo del año completo o ciclo de
esta divinidad serpentina. En este sentido la energía del sol circula
cada día, pero forma una espiral (que crece y decrece) u onda anual
(dependiendo de la perspectiva de observación) que constituye el
movimiento, que insufla vida, de la diosa serpiente o cobra Uadyet
(Uraeus). Y por ello para los antiguos egipcios el rio Nilo o serpiente de
agua era un reflejo, en sus ciclos de crecidas y decrecidas anuales, de la
serpiente solar.
Por
esto los egipcios de los primeros tiempos no veían al sol como un punto sino
como una onda o serpiente. El púnto simplemente refleja el momento de la
onda, una forma de percibir la onda, onda que es una visión más profunda
y completa de dicho femómeno físico. Esto es similar a la cuestión de Física moderna que dice
que el fotón puede ser tanto una partícula como una onda, según los
parámetros que utilicemos para medirlo. De la misma manera el sol es una
partícula o una onda, dependiendo de nuestra percepción cerebral: la
limitada visión del hemisferio izquierdo o la amplia visión del
hemisferio derecho (los cuales hemisferior rigen en forma cruzada o
simetría inversa el cuerpo humano).
Y
lo mismo ocurre con cada uno de nosotros. Podemos concebirnos o sentirnos
como una partícula, es decir un ser individual desligado del conjunto del
universo y de sus fuerzas cósmicas y espirituales, desvinculado o separados
de lo divino o de lo eterno. Pero también podemos aprender a percibirnos
con las facultades de nuestro hemisferio derecho, con la interior visión
ampliada (ojo de Ra), y entonces descubriremos la revelación de que no somos una
partícula, un mero ente biológico separado o fragmentado, sino que somos una
onda (vida del ser) pulsando en el espacio tiempo. Somos una onda que no se halla
desligada del espíritu, una onda que trasciende el espacio-tiempo, una
onda que participa del ser eterno. Somos una partícula fotónica
espiritual y biológica, pero también simultáneamente y de forma no menos
verdadera somos una onda espiritual de conciencia y energía, onda unida o
constituyente de un plano de conciencia superior, y fuera o más allá del tiempo y el espacio en cuanto onda. Somos
una onda del ser trascendente (eso que algunos llaman divino) y sólo
precisamos la visión ampliada y profunda para vernos desde esta
perpectiva que supera nuestra limitada realidad de partículas. Nuestra
conciencia precisa un salto perceptivo, un salto de visión para dejar de
vernos sólo como partícula (punto aislado en un todo hostil y diferenciado) y
sentirnos una onda unida y participante de la totalidad del universo, una onda donde se
manifiesta el ser, ese ser que es transcencente y transpersonal. Estamos
incluidos en el ser, somos el ser, no nos hallamos separados de lo divino,
sólo es necesario cambiar la visión y sentimiento de nosotros mismos. El
camino espiritual es el camino que conduce a la mutación de nuestra
conciencia, para así descubrir la esencia de nuestra realidad verdadera,
nuestro ser profundamente real. Transitar de poseer conciencia
materia a conciencia espíritu u onda, lo que nos une con una forma de
vida transpersonal.
A
esto no se puede llegar únicamente por la vía intelectual del hemisferio izquierdo,
sino que se precisa la experiencia mística que aporta el hemisferio
derecho, como parte de sus cualidades o facultades potenciales, para llegar a sentirlo.
Algunos
pueden pensar que los egipcios de entonces se equivocaban, pues la órbita aparente del
sol es falsa, sólo parece real desde la perspectiva subjetiva humana, ya
que este astro en realidad se halla ubicado en el centro de la órbita
circular o elíptica de la Tierra.
No obstante lo que importa en esta cuestión de conciencia no es la realidad heliocéntrica sino la
realidad subjetiva de la conciencia. Ambas realidades son igualmente
verdaderas, verdaderas dependiendo de la perspectiva, pues la realidad
objetiva absoluta no existe en Ciencia, ya que la conciencia es al final
la que determina la realidad última de la energía y de los fenómenos
fisicos, tal como la Física Cuantica ha podido comprobar recientemente a
escala microcósmica en la esencia del microuniverso o mundo/realidad de
las partículas subatómicas. El observador científico con su modo de
operar o medir el
fenómeno determina si el fotón es partícula u onda. También la
conciencia del investigador o explorador espiritual determina con su
visión interior si el és una partícula personal o, en un nivel superior
más profundo, una onda divina
transpersonal.
Así
la antigua serpiente solar, Uraeus o Uadyet, es en realidad una serpiente
luciferina, que nos conduce a la revelación del ser verdadero que pulsa
tanto en el cosmos como dentro de cada uno de nosotros.
Luego
la Serpiente se transformó en Dragón y también en Lucifer. De esta
manera el dios central solar patriarcal es una visión del hemisferio
izquierdo. Y la serpiente solar andrógina o femenina, pulsante y
holográfica, es una visión profunda de los dos hemisferios unificados en
una percepción mística trascendente y reveladora de la esencia del ser y
la realidad.
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