Senda
lucifero grialiana
Kababelan Blog III
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Madre:
la metaconciencia.
El
enigma tal vez más profundo de la vida humana es saber si nuestra
existencia está fundamentada en un propósito personal o por el contrario
en una meta transpersonal. ¿Nuestra experiencia como individuos es la
finalidad última de la vida o tal vez la vida personal tiene un destino
trascendente a la propia individualidad?
Las
religiones en el transcurso de la historia han intentado siempre acercarse
a este profundo tema con el resultado contradictorio de perspectivas
diversas. Sintetizando podemos decir que las religiones de carácter
patriarcal han hecho hincapié principalmente en la meta personal, en el
triunfo del individuo como un fiel y devoto servidor de la voluntad de
Dios y un premio personal post-morten: la vida celestial o la vida en el
paraíso (premio al individuo, premio al yo).
Por
el contrario las religiones de raiz matriarcal se han centrado en una
meta en la vida presente, pero al mismo tiempo con un objetivo
transpersonal. No se persigue un premio celestial postergado en un tiempo
ulterior, sino un objetivo terrenal ubicado dentro de la cronología de la
misma existencia humana presente.
Esta
perspectiva matriarcal suena extraña para quien ha sido educado en los
criterios míticos del patriarcalismo, basados en una recompesa espiritual
futura. No obstante la visión matriarcal
de la existencia es sumamente profunda, trascendente y mística. Una mística
que no persigue un objetivo de triunfo religioso personal, ni una comunión
divina que satisfaga el anhelo del individuo o una felicidad y el éxito
del devoto. Mas bien la meta matriarcal no es el triunfo del hijo/a sino
la manifestación o advenimiento de la Fuente, también llamada Madre o
Matriz Espiritual.
El
propósito final de la vida humana, la meta detrás de todas las metas
personales, no es ser felices individuos iluminados y extasiados,
plenamente evolucionados y desarrollados en todo su potencial personal, sino que
paradójicamente existe un propósito traspersonal oculto tras la maduración y
crecimiento del alma. Más allá de nosotros mismos, más allá de nuestro
crecimiento particular o individual, existe oculta una meta-realidad, una
hiperconciencia desconocida más allá de nuestra conciencia individual, un ser
secreto profundo más allá de nuestro propio ser. Resulta sumamente difícil de explicar
por o para la mente humana, ya que nuestra conciencia espiritual o
esencial auténtica en realidad se
halla dormida, fuertemente condicionada por el ego y las cadenas de la
personalidad.
Si
superamos la barrera perceptual y conciencial del ego (férreo carcelero
psicológico) podremos asombrados alcanzar a sentir y concebir la
naturaleza auténtica original del ser humano, nuestra identidad más allá del yo
y nuestra finalidad ultrapersonal trascendente. Si el premio o el triunfo del yo
autorrealizado no es
la meta, entonces ¿cual es la meta en verdad?
En
realidad el individuo no tiene en última instancia un propósito personal
como meta absoluta, sino por raro que parezca el propósito auténtico del
ser humano es realmente
transpersonal, es decir más allá de la frontera del yo. No nos hallamos
en la Tierra (o en cualquier otro espacio-tiempo) para crecer o elevarnos
hacia un estado espiritual divino para el beneficio de nosotros mismos, sino para
construir en nuestro campo vital personal un nicho donde pueda habitar y
manifestarse la conciencia transpersonal que se denomina (según consenso
de la óptica mística matriarcal) como Madre o Matriz Conciencial del
Universo.
(Este
nombre es el aceptado y referido por la senda iniciática que inspira esta
web: la sociedad de la sangre sagrada)
No
consiste por tanto que como individuos nos elevemos fuera de la Tierra,
no se trata de que ascienda nuestra alma a ningún sitio paradisiaco o
celestial, sino que el verdadero propósito último de nuestra creación
como individuos ha sido siempre preparar el advenimiento espiritual y
terrenal de la conciencia de Madre (la Fuente Universal). En realidad
esta metaconciencia o conciencia suprema es el campo absoluto del Ser, la
matriz de toda conciencia y por tanto el origen de todo cuanto pueda
existir. Siendo la Fuente creadora universal, ajena a parámetros
dimensionales de espacio-tiempo, precisa un proceso cíclico de encarnación
en la materia en el cual el ser humano es el instrumento protagonista.
Nuestro cuerpo y ego son navegadores espacio-temporales, desvinculados en
primera instancia del propósito de su Fuente creadora. Conforme la
conciencia humana crece alcanza la posibilidad de liberarse al fin del yo
personal. Mediante un proceso de transmutación se autorreconoce
entonces como proyección
en el espacio-tiempo de una conciencia matriz suprema, con la que forma
una unidad enteogénica.
Madre
(realidad divina) y nosotros somos lo mismo en esencia, tan sólo el velo del yo nos separa
de esa Unidad última intrínseca.
Mas para
hallar esta unidad trascendente del ser es preciso buscar y regresar a
nuestro centro espiritual, cuya puerta secreta de acceso se encuentra
precisamente en nuestro interior. Atravesando las nueve puertas (senda
lucifera o iniciática) que nos permiten salir del Reino de las Sombras
que habitamos, nos adentramos en una fase de trasmutación psicobiológica
del ser, la cual es equivalente a la etapa de crisálida de la mariposa.
La oruga se devora a sí misma en el interior del capullo para renacer
transformada en un ser superior. Asi también el maestro luciferiano,
conocido por el cristianismo como Jesucristo, advierte de que es preciso
morir para nacer de nuevo si se quiere entrar en el reino de los cielos.
En este caso cielo se refiere a reino de la luz, que no se halla en otro
lugar sino aquí mismo resonando en una realidad vibracional superior.
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sábado, 7 de abril de 2012
Madre: la metaconciencia.
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