sábado, 7 de abril de 2012

Madre: la metaconciencia.


Senda lucifero grialiana
Kababelan Blog III



 



























hija del dragón, guardiana luciferina




























Madre: la  metaconciencia.           
El enigma tal vez más profundo de la vida humana es saber si nuestra existencia está fundamentada en un propósito personal o por el contrario en una meta transpersonal. ¿Nuestra experiencia como individuos es la finalidad última de la vida o tal vez la vida personal tiene un destino trascendente a la propia individualidad?
Las religiones en el transcurso de la historia han intentado siempre acercarse a este profundo tema con el resultado contradictorio de perspectivas diversas. Sintetizando podemos decir que las religiones de carácter patriarcal han hecho hincapié principalmente en la meta personal, en el triunfo del individuo como un fiel y devoto servidor de la voluntad de Dios y un premio personal post-morten: la vida celestial o la vida en el paraíso (premio al individuo, premio al yo). 
Por el contrario las religiones de raiz matriarcal se han centrado en una meta en la vida presente, pero al mismo tiempo con un objetivo transpersonal. No se persigue un premio celestial postergado en un tiempo ulterior, sino un objetivo terrenal ubicado dentro de la cronología de la misma existencia humana presente. 
Esta perspectiva matriarcal suena extraña para quien ha sido educado en los criterios míticos del patriarcalismo, basados en una recompesa espiritual futura. No obstante la visión matriarcal de la existencia es sumamente profunda, trascendente y mística. Una mística que no persigue un objetivo de triunfo religioso personal, ni una comunión divina que satisfaga el anhelo del individuo o una felicidad y el éxito del devoto. Mas bien la meta matriarcal no es el triunfo del hijo/a sino la manifestación o advenimiento de la Fuente, también llamada Madre o Matriz Espiritual.
El propósito final de la vida humana, la meta detrás de todas las metas personales, no es ser felices individuos iluminados y extasiados, plenamente evolucionados y desarrollados en todo su potencial personal, sino que paradójicamente existe un propósito traspersonal oculto tras la maduración y crecimiento del alma. Más allá de nosotros mismos, más allá de nuestro crecimiento particular o individual, existe oculta una meta-realidad, una hiperconciencia desconocida más allá de nuestra conciencia individual, un ser secreto profundo más allá de nuestro propio ser. Resulta sumamente difícil de explicar por o para la mente humana, ya que nuestra conciencia espiritual o esencial auténtica en realidad se halla dormida, fuertemente condicionada por el ego y las cadenas de la personalidad. 
Si superamos la barrera perceptual y conciencial del ego (férreo carcelero psicológico) podremos asombrados alcanzar a sentir y concebir la naturaleza auténtica original del ser humano, nuestra identidad más allá del yo y nuestra finalidad ultrapersonal trascendente. Si el premio o el triunfo del yo autorrealizado no es la meta, entonces ¿cual es la meta en verdad? 
En realidad el individuo no tiene en última instancia un propósito personal como meta absoluta, sino por raro que parezca el propósito auténtico del ser humano es realmente transpersonal, es decir más allá de la frontera del yo. No nos hallamos en la Tierra (o en cualquier otro espacio-tiempo) para crecer o elevarnos hacia un estado espiritual divino para el beneficio de nosotros mismos, sino para construir en nuestro campo vital personal un nicho donde pueda habitar y manifestarse la conciencia transpersonal que se denomina (según consenso de la óptica mística matriarcal) como Madre o Matriz Conciencial del Universo.
(Este nombre es el aceptado y referido por la senda iniciática que inspira esta web: la sociedad de la sangre sagrada)
No consiste por tanto que como individuos nos elevemos fuera de la Tierra, no se trata de que ascienda nuestra alma a ningún sitio paradisiaco o celestial, sino que el verdadero propósito último de nuestra creación como individuos ha sido siempre preparar el advenimiento espiritual y terrenal de la conciencia  de Madre (la Fuente Universal). En realidad esta metaconciencia o conciencia suprema es el campo absoluto del Ser, la matriz de toda conciencia y por tanto el origen de todo cuanto pueda existir. Siendo la Fuente creadora universal, ajena a parámetros dimensionales de espacio-tiempo, precisa un proceso cíclico de encarnación en la materia en el cual el ser humano es el instrumento protagonista. Nuestro cuerpo y ego son navegadores espacio-temporales, desvinculados en primera instancia del propósito de su Fuente creadora. Conforme la conciencia humana crece alcanza la posibilidad de liberarse al fin del yo personal.  Mediante un proceso de transmutación se autorreconoce entonces como proyección en el espacio-tiempo de una conciencia matriz suprema, con la que forma una unidad enteogénica.
Madre (realidad divina) y nosotros somos lo mismo en esencia, tan sólo el velo del yo nos separa de esa Unidad última intrínseca.  Mas para hallar esta unidad trascendente del ser es preciso buscar y regresar a nuestro centro espiritual, cuya puerta secreta de acceso se encuentra precisamente en nuestro interior. Atravesando las nueve puertas (senda lucifera o iniciática) que nos permiten salir del Reino de las Sombras que habitamos, nos adentramos en una fase de trasmutación psicobiológica del ser, la cual es equivalente a la etapa de crisálida de la mariposa. La oruga se devora a sí misma en el interior del capullo para renacer transformada en un ser superior. Asi también el maestro luciferiano, conocido por el cristianismo como Jesucristo, advierte de que es preciso morir para nacer de nuevo si se quiere entrar en el reino de los cielos. En este caso cielo se refiere a reino de la luz, que no se halla en otro lugar sino aquí mismo resonando en una realidad vibracional superior.

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