Desde
la noche de los tiempos el planeta Venus ha sido utilizado por muchas
antiguas culturas como un símbolo espiritual e iniciático clave.
En
la vieja Mesopotamia, una de las cunas de la civilización, el bello y
majestuoso astro que luce en el alba y el ocaso, fue representado como
una rutilante estrella de ocho puntas. Lo divinizaron por encima de las
demás lumbreras del cielo y se le otorgó el nombre de Ishtar
(Estrella). Será desde entonces la Estrella por antonomasia, la primera
y por ello la que da nombre a todas las demás, la Estrella principal y
soberana, la princesa o reina de las innumerables estrellas del reino
astral (reino de Ishtar), luego llamado cielo.
Hoy
sabemos que Venus no es una verdadera estrella, sino el segundo planeta
de nuestro sistema solar. Sin embargo, para los antiguos sabios de las
viejas civilizaciones, lo que hoy llamamos planetas eran estrellas
errantes (varían su ruta y aparición a lo largo de los años), ya que no
siguen una diaria órbita circular fija como las demás
luminarias (astros fijos) que giran repetitivamente cada noche en la oscura bóveda del
firmamento en torno al eje polar.
Dependiendo
de cada cultura (politeístas o monoteístas) las estrellas eran dioses
o ángeles celestiales. No concebían que fueran planetas o soles como
ha descubierto la ciencia moderna, sino seres superiores inmortales que
habitaban el plano astral o celeste.
El
motivo de esta página es explicar la importancia primordial que
Venus/Ishtar (la estrella de ocho puntas) ha tenido en el esoterismo
iniciático y religioso de todos los tiempos. Es la metáfora divina más
incomprendida y al mismo tiempo quizá la de mayor importancia en múltiples
sendas iniciáticas a lo largo de la historia.
Los
antiguos observaron que la vida del mundo terrenal existe sometida a una
ley de polaridad. Cada día está acotado por dos polos, el amanecer y
el atardecer, imprescindibles y necesarios para que pueda acontecer el día.
Y de estos dos polos en sentido inverso surge la noche. E igual ocurre
con todos los fenómenos y todos los seres vivos que discurren a través
de los inexorables principios de polaridad. La vida es el tiempo que
trascurre desde el polo del nacimiento hasta el polo del fallecimiento.
Todo lo que nace ha de fallecer. Pero también algunas religiones
pensaron que la muerte no es sino otra vida entre estos dos polos en
sentido inverso, una especie de periodo nocturno antes de un nuevo
amanecer o nacimiento.
No
puede por tanto mantenerse la persistencia de la vida porque se rompería
la ley de polaridad que todo lo rige. No obstante lo eterno sería
aquello que está por encima de la polaridad vida-muerte. Ciertos
exploradores de los secretos del espíritu descubrieron un camino para
liberarse o trascender el férreo dominio de la polaridad
nacer-fallecer. Para entrar en el reino de lo eterno había que romper
la polaridad, es decir morir estando vivo y solapar o integrar ambos
principios para de esa forma liberarse de la dinámica de la polaridad.
Esos
exploradores de los misterios del alma observaron un momento de
equilibrio en la aurora y el ocaso, un instante de fusión entre el día
y la noche, donde cada una se solapaba con la otra integrándose. Ese
tiempo singular y mágico es el crepúsculo, fenómeno que se produce
dos veces con cada giro de la Tierra sobre sí misma. Hay un crepúsculo
de la mañana, la aurora, y un crepúsculo de la tarde, el ocaso.
Durante
esos momentos no es día ni es noche, no hay luz solar pero tampoco hay
oscuridad, curiosamente sólo en el crepúsculo desaparecen las sombras
del mundo, pues el sol produce sombras al igual que lo hace la luna
llena.
Simbólicamente llamaron reino de las sombras al día y a la noche. Y en
medio de esa polaridad hay un portal (mejor dicho dos) donde las sombras
desaparecen maravillosamente (como todos podemos apreciar si vivimos ese
instante en el campo o la montaña), un momento de paz y belleza donde
reina la hermosa luz crepuscular, la única que impide existan las
sombras.
Y
en ese tiempo de fusión, donde se trasciende la polaridad, surge en el
cielo un astro sorprendente, la luminaria más potente de todas (si
exceptuamos a los dos astros contrapuestos o polares, sol y luna), el
lucero que brilla al amanecer y al atardecer, el lucero crepuscular.
Este astro fue divinizado y recibió el nombre de Ishtar. Luego los
romanos lo denominaron en latín Venus y así lo conocemos hoy en día.
Pero su nombre inicial original es Estrella (Ishtar) y esta candela
celeste especial aparecerá en el esoterismo de múltiples religiones,
determinando y simbolizando los secretos iniciáticos.
La
Estrella (la diosa Ishtar), que recibió variados nombres en distintas
religiones, sobrevivió en el esoterismo espiritual de sucesivas
culturas hasta siglos recientes. El brillante Lucero celeste se
vonvertirá en el emblema simbólico de toda iniciación trascendente,
llegando a ser considerado el portador de la luz.
Para
diferenciar a Venus/Ishtar de los demás luceros del cielo se la
representará siempre, desde los viejos tiempos (de Súmer, Caldea,
Babilonia ...), como una estrella de ocho puntas y en algunas ocasiones
en su centro un punto. Se tratará de una estrella iconográfica con
rayos solares bien marcados, por lo que no debemos confundirla con esa
otra estrella de ocho puntas compuesta de dos cuadrados superpuestos y
cruzados, que es un simbolo solar.
En
esta carta de un Tarot egipcio apreciamos a la Estrella del crepúsculo (simbolizada
tanto como un astro como por una desnuda mujer) rigiendo las aguas iniciáticas
o bautismales y trascendiendo o integrando los opuestos, simbolizados
por ese rombo amarillo (día) y negro (noche).
En
el relato mítico de Inanna (otro de los antiguos nombres de Ishtar)
encontramos que esta diosa desciende voluntariamente al Inframundo y se
entrega a los demonios (que la desposeen de sus poderes) y provocan su
muerte o desmembramiento. Allí es despedazada (como en el mito de Osiris) pero
posteriormente renace al recibir el agua de la vida (integra a la
muerte, se fusiona o se reconoce en la diosa del inframundo) para
convertirse en una diosa renacida nuevamente esplendorosa.
Con
el paso de los siglos y la llegada de los credos patriarcales que traerán
nuevas divnidades la Estrella desaparecerá aparentemente, se camuflará,
se transformará y recibirá nuevos nombres. Perseguida por las nuevas
religiones manipuladoras de mentes (sentimientos de miedo, de culpa,
etc) la Estrella adoptará múltiples apariencias, máscaras o
disfraces. La temerán por ser quien otorga la verdadera iniciación y
transformación en la senda hacia la eternidad. En su metamorfosis la
Estrella será a veces una Copa, denominada después como el Santo Grial
o Copa de la Vida. En otras ocasiones se convertirá en un ente
misterioso (príncipe angélico) que supuestamente traicionará al nuevo
Dios patriarcal y será conocida así como Lucifer. En el paganismo las
estrellas eran dioses astrales, pero en las nuevas religiones
patriarcales monoteístas la estrellas serán entes celestiales llamados
ángeles. Y el mayor de todos esos ángeles no podía ser sino la antigua
Ishtar, ahora renombrada como Príncipe de Ángeles. Inventarán un
nuevo relato mítico en el cual esta Estrella /Lucifer se sublevará
contra el Dios patriarcal y por ello será desterrada a la Tierra de los
mortales, tras ser vencida por las legiones de los ángeles fieles al nuevo Dios monoteísta.
La
Estrella, ahora caída, se precipitará al mundo terreno. Pero los
esoteristas volverán a incluir los viejos símbolos escondidos en la
nueva tradición. Así Venus/Lucifer, el que trae/o la que trae la luz, desprenderá
de su celestial corona o de su divina frente (según versiones) una
fabulosa piedra, portadora portentosa de poderes celestiales, la cual
llegará a ser conocida en el medievo europeo como el santo Grial. Refieren las leyendas
antiguas que
cierto grupo de ángeles, llamados los ángeles neutros (verdaderos
custodios de la luz), que no habían participado en la guerra entre
los dos bandos celestes (cosmovisión patriarcal fragmentada del
universo), tomarán esta piedra griálica y la esconderán
en la tierra para que los humanos puedan hallarla y obtener los poderes
del renacimiento.
En
realidad dicha piedra grialiana no es sino el corazón o esencia energética
de Venus/Ishtar (su sangre espiritual), único poder capaz de integrar y trascender la dualidad
o polaridad que nos mantiene atrapados en este mundo terrenal o realidad
ordinaria.
La
Estrella siempre ha sido la iniciadora. Figurará así a veces en el
arte egipcio, junto a algunos dioses. Aparecerá en el relato del
nacimiento del Jesús cristiano, guiando a unos magos de Oriente. Surgirá
en el peregrinaje del Camino de Santiago, conduciendo a los peregrinos
paganos primero e incluso a algunos iniciados del cristianismo después
(desde la vieja Estella -en Navarra- hasta el Campus Stella -en
Galicia-).
Jesús
nunca fue cristiano (palabra griega creada por San Pablo, verdadero
inventor del cristianismo) sino que fue un iniciado luciferino. Jesús
comenzó su ministerio tras ser bautizado, símbolo de las aguas lunares
y venusinas, opuesto a cualquier rito solar. El Espíritu Santo está
representado por la paloma, que es el ave que siempre simbolizó
en la antiguedad a Venus/Ishtar. Jesús baja al Inframundo para integrar
a la muerte y trascender la polaridad, lo cual no es sino la esencia de
la senda luciferina. Jesús ofició liturgia en una copa o cáliz, donde
ofreció su sangre, lo cual todo es una metáfora de la piedra/copa y la
sangre grialiana, símbolos universales que ya existían en otras
culturas antes del cristianismo.
Los
templarios (una enigmática orden monacal medieval) conocieron ese
secreto, (perseguido y ocultado por la corrompida y materializada
Iglesia oficial desde el mismo principio del cristianismo), y por ello
en cierta forma se convirtieron en los nuevos custodios temporales del
grial o senda luciferina. Ya previamente el esoterismo islámico había
conseguido hacer sobrevivir a la Estrella creando en Jerusalem un templo
grialiano, la octogonal mezquita de la Roca. Transformaron los ochos
rayos de Venus/Ishtar en las ocho caras de un templo (el Templo de la
Roca). Y en el centro de ese templo octogonal estará flotando metafísicamente
ese punto que hay en el corazón de la Estrella, es decir flotará místicamente
el santo Grial. Los templarios tomarán simbólica e idealísticamente
su custodia y replicarán ese templo octogonal/estelar en Europa,
especialmente en el Camino de Santiago, que no es sino una antigua y
pagana ruta de la milenaria Estrella, lo que será tema de otra página.
Así
Lucifer/Estrella, transformado interesadamente en un diabólico satanás
a partir sobre todo del siglo XVII, esconde en realidad una antiquísima
senda iniciática perseguida por los poderes religiosos corrompidos.
Algunos iniciados de distintas religiones conservaron este saber secreto
a lo largo de la historia, pero nunca pudieron hacerlo manifiesto de
forma explícita, pues conocían el odio y el poder de las fuerzas terrenales enemigas a las
que se enfrentaban. Así que este secreto a unos pocos se fue transmitiendo oculto de
generación en generación, hasta que prácticamente desapareció.
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