Todos los
seres humanos permanecemos en mayor o menor medida prisioneros de
una
mente vagabunda o semi vagabunda, que de forma contínua va
saltando
siempre de un pensamiento a otro. La mayor parte del tiempo el
proceso
pensante humano va a la deriva, abandonando el presente y
dejando que los pensamientos discurran en pos de asuntos o temas
diferentes a lo que
estamos haciendo en ese instante. Salvo escasos momentos de
concentración verdadera en ciertas importantes tareas diarias o en
determinados ocasiones en el trato con los demás, lo habitual es,
si nos
paramos a observarnos a nosotros mismos, que descubramos a nuestra
mente saltando contínuamente de una cosa a otro sin que seamos capaces
de
dirigir voluntariamente el proceso. Autónomamente, por sí
mismos, como un burbujeo o corriente, como deslabazados eslabones
de una
cadena, los pensamientos brotan o
surgen del interior de nuestra mente de forma ininterrumpida,
cambiando
fugazmente de un tema a otro.
Basta que dirijamos la atención hacia nosotros mismos para que lo
observemos, sin poderlo evitar.
Incluso
cuando a veces creemos que nos hallamos atentos al presente, en realidad nuestra mente
lleva un curso de pensamientos inconscientes del que casi
nunca nos
percatamos. Se trata de un fenómeno similar al sueño,
una especie de seudo sueño despierto, un piloto automático mental
subconsciente, un disco que parlotea en forma ininterrumpida sobre
incontables temas o asuntos. Sólo
si con esfuerzo deliberado nos observamos en forma profunda llegamos a ser
conscientes del enorme flujo de pensamientos que circulan por nuestra
cabeza a todas horas. Pero no sólo por nuestra cabeza, sino por
todo nuestro cuerpo, ya que esos pensamientos, tanto si somos conscientes
de ellos como si no, en forma refleja repercuten orgánicamente, pues nos están afectando continuamente a
nivel del sistema múscular, nervioso, hormonal y bioquímico.
Cuando
mantenemos una conversación, salvo contadas excepciones, nos resulta muy difícil escuchar al otro con
plena atención mucho tiempo seguido, pues pronto la mente de forma sutil comienza a opinar sobre algo pasado
o preparar o preocuparse por algo futuro, alejándonos de la permanencia plena en el instante
presente. Y cuando nos hallamos nosotros solos la mente, bien de forma preocupada o
despreocupada, pasa y salta de un tema de pensamiento a otro sin solución de continuidad. Únicamente cuando precisa
concentración nuestro trabajo o nos encontramos ante un desafio
vital conseguimos permanecer atentos por unos minutos en esa tarea concreta y nos sumimos
fugazmente en el presente. Pero ese estado dura poco, ya
que pronto nos asalta una preocupación o una distracción que nos
lleva a alejarnos de la tarea o situación en cuanto esta deja de exigirnos
plena atención y nos permite una mínima tregua para que de nuevo la mente
entre en proceso de vagabundeo. En verdad son pocos aquellos que dominan
el arte de la concentración y menos aún los que viven su vida centrados
en el momento presente sin perderse en el vagar de los pensamientos
errantes.
Muchas
personas sustituyen el vagabundeo interno de la mente por un vagabundeo
mental externo, es decir que cuando charlan con otras personas van saltando contínuamente de
un tema fugaz a otro, sin detenerse o concentrarse de verdad en ninguno.
También cambiar permanentemente de actividad o distracción es otro tipo
de vagabundeo, una forma superficial de vivir falsamente el ahora, sin detenerse nunca,
sin que nunca el verdadero ser pueda manifestarse con su presencia real
en el presente.
Por
ello los momentos que permanecemos profunda y plenamente en el ahora o momento presente
son en verdad muy pocos. La mente está siempre oscilando entre pasado y futuro, entre
un tema fugaz y otro, entre
quiero o no quiero, entre me place o me duele, entre algo que desea o algo
que teme. El pensamiento se halla así siempre atrapado en un dualismo
cambiante y trasladando continuamente el objeto de su atención, de una leve y fugaz atención.
Los momentos de concentración intensa o de atención plena y verdadera son
sumamente escasos a lo largo
de la vida. Sin embargo son esos momentos donde más vivos estamos,
más bien son los únicos instantes donde estamos verdaderamente
vivos.
El
momento presente se caracteriza porque no tiene ningún opuesto.
Permanecer plenamente en el presente implica no tener el pensamiento en el
pasado ni en el futuro, en el apego, el deseo o el miedo ... La atención y la
conciencia permanecen libres, en un estado pleno, fijas en el fluir del instante, del
ahora.
Cuando
la mente se detiene en su vagabundeo podemos saborear la intensidad y
plenitud del presente. Es cierto que el género humano ha perdido la
conciencia integrada y percibimos la realidad como una lucha de opuestos,
un dualismo de realidades enfrentadas: luz y oscuridad, joven y viejo,
arriba y abajo, caliente y frio, día y noche, fuerte y débil, dentro y
fuera, bueno y malo, duro y blando, vida y muerte ... Sin embargo este fluir de los
opuestos es natural y bello cuando se percibe a través de la conciencia
integrada, entonces se manifiesta o hallamos la asombrosa belleza de lo eterno que siempre se está
fusionando. Por ello precisamos alcanzar o retornar al estado de conciencia en
el momento presente, pues éste es el único que nos lleva más allá del
ámbito de las circunstancias aparentemente opuestas. Es el portal
necesario para una entrada consciente en un paradigma no-polar, en una
visión unitaria y profunda de la vida. El
presente nos lleva también a potenciar la presencia, es decir el ser
auténtico, nuestra identidad verdadera frente al engaño del impostor
ego, nuestra identidad falsa. Cuanto más intenso y pleno sea el
presente más débil será el ego y más opción tendremos de vislumbrar o
acercarnos al ser real.
La
naturaleza profunda del momento presente es que no tiene ni se sustenta en
ningún opuesto.
Cuando entramos en él, cuando lo aceptamos exactamente tal como es, descubrimos
que siempre es único porque siempre nace de nuevo. El verdadero ahora,
percibido por la mente liberada, no ha ocurrido nunca antes y por tanto no
puede ser comparado con ningún otro. Al ser un instante único, no tiene
ningún opuesto polar, lo que nos permite adentrarnos en la experiencia
revolucionaria de la unidad. En esta vivencia verdadera del presente
el ego queda relegado, no tiene cabida, se disuelve como un azucarillo en
el café, por que entramos en la experiencia no dualizada o experiencia
verdadera.
Sin
embargo para lograr este estado de conciencia en el presente, el estado de
abrazar la presencia, es imprescindible que previamente hayamos comenzado
a trabajar con la primera puerta, es decir con la observación del
parloteo contínuo de la mente, distanciandonos del él y dejando que este se aleje.
Para ello hay que desarrollar la conciencia del téstigo, que observa la
propia mente sin identificarse ni implicarse en el flujo de los
pensamientos cambiantes. La identificación nos aparta del presente
y de la conciencia auténticamente libre y despierta.
La
unión de las tres puertas primeras de la senda luciferiana, descritas o
presentadas hasta ahora brevemente, forma un Portal mayor que las integra.
Este Portal sería denominado como Presencia, que es el campo de energía
bio-psíquica y espiritual que se desarrolla cuando se cultiva esta senda y se abren las ya
mencionadas tres primeras puertas del reino de las sombras, en el que
nuestra alma permanece encerrada o prisionera.
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