En
este primer cuaderno luciferiano hemos hablado hasta ahora de cuatro
puertas o nodos psico-biológicos que nos mantienen prisioneros en el Reino
de las Sombras. Desde la perspectiva luciferiana denominamos de esta manera a la realidad cotidiana o
reino umbrío
que habita la
humanidad en el estado ordinario de la conciencia. Se trata de una trampa
psiconeurológica creada por el ego en el estado de semiconciencia en que
actualmente nos hallamaos. El ego humano no es a su vez sino una compleja
trama de patrones nuerológicos repetitivos y condicionados que
habitualmente penetra totalmente a la psique y por tanto forma parte
fundamental de nuestra identidad.
Y en esta entrada vamos
a hablar del yo personal,
nuestra identidad cotidiana, el eje principal en torno al que gira esta realidad
umbría o mundo de sombras. Sombras por supuesto en relación a una realidad
luminosa trascendente que no percibimos, pues el ser humano corriente no
es consciente de la tenebrosidad del mundo ya que desconoce cualquier otra
realidad.
El
trabajo con el Yo personal constituye la quinta puerta de las Nueve que hay que abrir y
atravesar, por
tanto es la puerta central o intermedia. Si las consideramos en serie
encontramos cuatro puertas anteriores y cuatro posteriores. Sobre el yo
personal pivota toda nuestra realidad, pues conforma el eje en torno al
cual construimos nuestra identidad.
Tal
como su nombre indica el yo personal constituye la sede de nuestra
personalidad, la cual está conformada tanto por la psique como por el
cuerpo. Y si consideramos la personalidad desde el punto de vista
neurofísico resulta que podemos objetivarla mediante un patrón de
ondas mensurables, tanto
cerebrales como fisiológicas. Estas ondas las estamos emitiendo
contínuamente y forman el patrón vibratorio de nuestra personalidad
e identidad. Desde el punto de vista psicológico la personalidad es
el conjunto de programas automáticos y rutinarios que funcionan en
nuestra mente.
En
la senda luciferiana se considera que nuestra personalidad actual es por
lo general, en mayor
o menor medida según cada caso, uno de los grandes obstáculos que nos
bloquea el acceso a una realidad luminosa superior. Todos los maestros de
sabiduría a lo largo de la historia han manifestado que para poder acceder al reino
celeste es preciso morir y nacer de nuevo. En todas las vías iniciáticas
hay aparente o ritualmente un sacrificio del yo personal. Este se representa bien crucificado,
colgado cabeza abajo, encerrado en un ataud o clavado en un árbol. Estas impactantes alegorías
indican la necesidad de que una parte de nosotros muera o sea sacrificada,
un cambio o transformación fundamental, que sin duda siempre alude a la
identidad psíquica que nos fija y ancla en esta realidad convencional y
cotidiana, es decir el yo personal. Sin embargo, como veremos más
adelante, estas alusiones son en realidad referencia a una parte del yo
que es el ego, diferenciado este como los patrones psíquicos repetitivos
que impostan nuestra identidad y nos anclan en un estado de inconsciencia.
Crearse
otro yo personal, otra personalidad libre de los viejos
condicionamientos, es fundamental en la senda
luciferiana. Una personalidad sin las cadenas y bloqueos de la
actual, una personalidad liberada que nos permita escapar de
nuestros
estrechos límites. Y la gestación de esta nueva personalidad va a
implicar
en correspondencia la creación de otro patrón de ondas cerebrales y
biológicas diferentes. El
cambio que debemos efectuar deberá implicar la integralidad de
nuestro ser,
pues la aparente separación entre la consciencia y la materia es
una
ilusión que se verá cada vez más clara conforme avanzamos en el
Camino,
ya que siempre hay una correlación entre mente y materia.
Algo que la física moderna está empezando a vislumbrar.
Correlación que será mayor conforme nos vayamos adentrando en niveles
más profundos de la realidad. Hasta llegar a los reinos internos
divinos,
la matriz profunda de la realidad, donde mente y materia son una
sola cosa, unidad
plena emanando de la conciencia.
Paulatinamente debemos darnos cuenta de que, incluso en nuestro nivel de realidad
cotidiana,
existe una conexión entre el mundo físico y los procesos psicológicos
internos. Las emociones y las crencias afectan a nuestro ADN,
activándolo, desactivándolo o modificándolo. El ADN es modificable y
por eso existe la evolución biológica. Pero no sólo modificable por
azar sino también por la acción de la conciencia. Conciencia que implica
pensamiento, emoción, creencia, actitud... y en las fases avanzadas
también estados místicos y trascendentes.
EL
YO EN LA PELICULA LA NOVENA PUERTA.
Como
parte de la Senda debemos emprender la tarea de crearnos un nuevo yo, pues
con el viejo nunca alcanzaríamos a recorrer con efectividad la ruta de
transformación iniciática. En la película de Polanski titulada La
Novena Puerta, filme de ficción que inspira el origen de esta esta web, el protagonista, llamado
Corso (el que camina, el que corre), transforma completamente su yo en el
devenir de la trama. Si eso no hubiera acontecido no habría podido
llegar nunca a culminar con éxito su iniciación y alcanzar la Novena Puerta.
Ninguno de los otros personajes humanos de la película cambia. Cada uno sigue aferrado a
su perspectiva, la mecánica de su ego o su personalidad, sin importar si son buenos o malos, ambiciosos o no,
sabios o ignorantes. El único personaje que evoluciona radicalmente es Corso, que es seguido
o vigilado de
cerca siempre por su protectora o iniciadora luciferiana.
Según
van transcurriendo las pruebas el protagonista interioriza el proceso, de
forma que poco a poco puede abandonar su viejo yo, sus viejas formas de
pensar, motivarse y sentir, las rutinas de su ego. Va dejando atrás sus
viejos intereses mezquinos y
comienza a actuar en pos de una meta no personal, una meta que no le
reporta beneficio alguno a su antiguo yo. Es obvio que ese potencial de
transformación ha sido
valorado y previsto desde el lado luciferino y de ahí la presencia de la
enigmática joven desde un principio. Pero Corso tiene que actuar e
interiorizar las experiencias para que
se produzca la transformación, abandonando sus ambiciones personales
habituales, incluso sus rutinas automáticas, para convertir su motivación en una desinteresada búsqueda
por desentrañar el misterio. Ya no le importará el dinero, la
reputación o su propia vida que arriesgará. Este misterio evanescente representa la búsqueda de la verdad
genuina, una verdad que el luciferiano debe perseguir, por encima de los intereses de su viejo
yo y sus viejas creencias.
Al
abandonar el lado mezquino de su yo personal es cuando Corso puede acceder a la unión íntima
luciferiana, abrir la Novena Puerta, alcanzar la visión y unión con el ser incognoscible
para el viejo yo. Es por esto que la dama luciferiana nunca es
reconocida por los demás protagonistas, aunque ambicionan e incluso matan
por el secreto de las nueve puertas y el poder luciferino.
Pero
más allá de la fantasía de esta inspiradora película, con su trama de
intrigas y ficción, debemos cada uno
seguir un proceso de transformación del viejo yo, abandonando todo
aquello que lo hace resonar, su patrón vibratorio, para comenzar a crear
patrones vibratorios nuevos mediante la forja de una nueva identidad. Se
precisa en primer lugar un trabajo psíquico diario que consiga descubrir
al ego y romper su hechizo, pues este mediatiza toda nuestra vida.
Tanto
el cambio como nuestra evolución están supeditados a romper el hábito de ser
el yo que hemos sido hasta ahora. Y para lograr esta meta hemos de cambiar
primero nuestra mente hasta crear también una mente nueva. Sin embargo esto no es
fácil, ya que crear una mente nueva requiere que nos comportemos como un
individuo, algo que en muy pocas ocasiones solemos hacer. Lo habitual es
que nuestro comportamiento sea dirigido por fuerzas ajenas a nuestra
individualidad potencial, la cual raramente somos capaces de usar. Se precisa
un esfuerzo consciente y revolucionario para ser individuos y
desembarazarnos de la prisión que a nivel inconsciente condiciona
nuestras vidas.
EGO
VS YO.
Llegados
a este punto podemos preguntarnos que es en realidad el tan mencionado ego
y en que se diferencia de lo que llamamos el yo. Se puede definir
considerando al ego como esa parte de la psique cuya naturaleza es un
estado inconsciente que incluye todos los patrones neuropsíquicos
repetitivos en los cuales nos manejamos en la vida ordinaria. El ego
repite rutinas, se maneja en lo conocido, oscila en la dicotomía pasado y
futuro. El ego tiene su raiz en una parte vieja y primitiva de la psique
de donde surgen emociones primarias como miedo y lucha, comodidad y
seguridad, supervivencia y poder, etc. A su vez el ego es depósito de
todas las experiencias traumáticas y frustrantes del invididuo, las que
lo han marcado y definido sus carencias. El ego nace de la aplicación de
la mente humana a la lucha primitiva por la supervivencia. El ego por
ello nunca está suficientemente satisfecho o seguro. Siempre permanece
pendiente del pasado o el futuro. Nunca puede alcanzar la dicha porque el
ego no puede permanecer en el presente. Es un mecanismo automático que en
el ser humano ha usurpado nuestra identidad.
Sin
embargo el yo humano está dotado de muchas más posibilidades para
sobrevivir y evolucionar que las procedentes del ego. Son las facultades
superiores de la mente que nada tienen que ver con aquellas que proceden
de la gestión primitiva de la supervivencia. El ser humano, el homo
sapiens, siempre ha poseído las dos posibilidades para enfrentar la
realidad. A una vía se la ha llamado la vía del ego y a la otra la vía
del espíritu. La primera es repetitiva, busca lo conocido, es temerosa,
mecánica y por tanto tendente a la inconsciencia. La segunda busca lo
nuevo, es creativa, conciliadora y basada en el desarrollo de la
consciencia. Ambas vías cohexisten en el ser humano en distinta
proporción según el individuo. Pero por desgracia la presencia del ego
basta por sí misma para hacernos vivir a todo ser humano en una realidad
falseada en mayor o menor grado.
PASOS
INICIALES PARA SALIR DE LA CAJA DEL EGO
Como
primer paso para el cambio de nuestro yo debemos enfocarnos siempre en lo
positivo (pensamientos, emociones y actitudes), pues lo positivo genera
neuronas nuevas a partir de células madre cerebrales. Por el contrario
una mentalidad negativa favorece la muerte neuronal. Por ello es preciso
observarnos y corregirnos permanentemente.
En
segundo lugar si queremos reinventarnos, crearnos un nuevo yo, debemos
enfocarnos siempre en lo que queremos y no en lo que tememos. Así
facilitaremos que se creen nuevas conexiones neuronales en la dirección
del yo que queremos.
En
tercer lugar debemos aprender cosas nuevas e integrar esos conocimientos.
Aprender y experimentar cosas nuevas desarrollará los circuitos de
nuestra memoria genética que han sido la base del viejo yo. No basta sin
embargo aprender intectualmente, sino que debemos aplicar lo que hemos
aprendido para crear una experiencia diferente. Una máxima budista muy
conocida dice que somos el resultado de lo que hemos pensado.
En
cuarto lugar debemos tomar conciencia de que somos prisioneros de la
descripción de nosotros mismos que hemos construido en el transcurso de
la vida. Somos prisioneros de nuestra propia identidad, de nuestra
personalidad, a la que nos aferramos. Creemos erróneamente que sólo
satisfaciendo esta identidad seremos felices, cuando en realidad nunca
alcanzaremos a través de ella la felicidad plena. Para alcanzar la
libertad real hemos hemos de soltar la identidad a la que nos aferramos,
para así poder cambiar, transformarnos. No se puede alcanzar otra
perspectiva, nuevas posibilidades, hasta que no se está dispuesto a
trascender la propia identidad. Este mensaje va implícito en la esencia
de muchas religiones antiguas.
En
quinto lugar hemos de ser conscientes de que el ego que todos tenemos es
una identidad impostora. Nos identificamos con él, lo justificamos, lo
defendemos, lo alimentamos, sin embargo es una falsa identidad. El ego
nos ha hecho olvidar quien somos profundamente en realidad. El se encarga de estar
hablando contínuamente en nuestra cabeza, trasladandonos de una fantasía
a otra, de un ensueño a otro, de una fascinación a otra, de un monólogo
a otro, de una distracción a otra. De esta manera olvidamos quien en
realidad somos.
El
ego (que en realidad es un mosaico de programas automáticos) es un
cúmulo de identidades impostoras que colonizan nuestra mente.
Aunque en principio puede parecernos que el cultivo del ego nos
hace más
fuertes, la verdad es que a largo plazo estas identidades
impostoras generan
estados de ánimo que merman severamente la salud y favorecen el
envejecimiento. El ego genera numerosas corazas psíquicas y
físicas que
acaban bloqueando el flujo libre de energía. Estas corazas o
bloqueos
psico-bio-emergéticos se traducen
con el tiempo en deformidades y enfermedades.
En
sexto lugar tenemos que ser los dueños de nuestra atención. El precio de
la libertad de nuestro ser es la vigilancia permanente. Donde vaya la
atención irán las emociones y la energía. Aquello donde pongamos la
atención se hará siempre más real para nosotros. La conciencia es el
ojo que ve y la atención es la luz que ilumina para que el ojo vea. Mediante
la atención podermos descubrir los automatismos psíquicos del ego y
lograr superarlos.
En
séptimo lugar hemos de esforzarnos en construir una nueva identidad
capaz de generar estados de ánimo que favorezcan la salud y la vitalidad.
A lo largo de toda la senda luciferiana habremos de persistir en esta
tarea. Esto consistirá en determinada fase del camino no en un mero
cambio sino en una verdadera transformación.
LA
TRANSFORMACION DEL YO
Nuestro
yo personal actual gravita principalmente en torno al ego y este genera
deseos cuya consecución es una felicidad perecedera o una alegría
pasajera. No obstante hay quien se marca metas de superación, basadas en
la lucha, la consecución de importantes proyectos o la creatividad, que producen gran satisfacción en el caso, no
siempre posible, de ser culminadas con éxito. Pero al final de la vida el
individuo triunfador también se encuentra que incluso su triunfo se
diluye ante el horizonte de la muerte y ante la intuición de no haber
alcanzado la verdadera meta última de la vida. Quizá haber amado de
verdad y deseinteresadamente sea lo más próximo a la satisfacción de la
experiencia humana, ya que el amor es una emoción que nos lleva más
allá de los límites de lo personal.
Para
el yo corriente todo es un dualismo: día y noche, vida y muerte, mal y
bien, luz y sombra, pena y alegría, triunfo y fracaso, dolor y placer,
positivo y negativo .... Sin embargo, bajo la perspectiva de un yo
traspersonal, que áun no hemos desarrollado, no existe tal lucha de
opuestos o contrarios, sino que cada opuesto es el extremo o polo de una
sóla cosa que es la verdadera realidad. Así entre los dos extremos de
una cuerda sólo existe en realidad la cuerda. La cuerda es lo real y los
extremos son una perspectiva tan sólo que divide una realidad única. Por
ello el día y la noche no son dos extremos polares sino el resultado de
una onda luminosa que permanentemente oscila entre un rango de luz y
oscuridad. Lo mismo ocurre con el frio y el calor. Así también vida y muerte no son dos realidades opuestas sino
igualmente un rango de una misma realidad única, que oscila entre mayor o
menor manifestación en el mundo físico, y cuyo umbral de nacimiento o
muerte no son sino puntos de cruce en la intersección mediana de la onda.
Esa realidad, manifiesta o no en el mundo que definimos como la
realidad ordinaria, es una compleja matriz de información y conciencia,
estructurada en diferentes niveles que se entrecruzan.
El
ego se forja en el fluir de la mente humana a través de las dimensiones
del tiempo y la forma. El ego es una sustancia psiquica que surge como
lastre necesario en nuestra inmersión en la dimensión espacio-temporal.
Pero cuando el ego se hace muy pesado llega a dominar totalmente la psique
y nos lastra hasta el fondo. Entonces el yo personal queda esclavizado de
circuitos neurobiológicos limitantes que le impiden desarrollar el
potencial del individuo. Romper la pesada cárcel del ego es la principal
tarea de quien se adentra en la senda luciferiana.
La
enseñanza mística que subyace en el fondo de las religiones consiste
precisamente en emprender un camino o estrategia que nos libere del peso
del ego y de la carcel del yo personal. Sin embargo por desgracia también
las religiones acaban prisioneras de la misma urna o caja en la que habita el yo
y se convierten en una ineficaz parodia de un verdadero camino liberador.
Las figuras divinas y las promesas religiosas pasan a formar parte del
decorado de la cajita en la que habitamos. También decoramos esa cajita
con todo tipo de fantasías sobre el más allá y con supersticiones que
nuestro ego genera o cree para autosatisfacerse o reafirmarse.
El
bien y el mal tampoco tienen cabida para un yo traspersonal, ya que
únicamente son categorías morales o éticas de la sociedad o la cultura.
Igualmente son oscilaciones de una onda que vibra entre eses polos
supuestamente antagónicos. Lo real es la onda, no los polos. La onda
fluye y ese fluir es la realidad que hay más allá de nuestra visión
polar. Se trata de niveles de realidad, más o menos profundos. En el
mundo de la forma puede haber bien y mal, y de lo hecho lo hay, pero en una perspectiva más
profunda lo que existe es una onda vibrando y fluyendo entre esos dos
extremos de su rango de fluctuación.
Si
miramos la realidad como una línea entonces veremos dos extremos
opuestos: principio y final, luz y oscuridad, bueno y malo ... . Pero si
concebimos la realidad como una onda podremos descubrir la perspectiva de
que en realidad es una onda vibrando en el espacio-tiempo, vibrando entre
esas supuestas dualidades. Pero la dualidad es necesaria para que vibre la
onda. Sin vibración todo quedaría igualado, en calma, en equilibrio.
Pero también nada fluiría, no habría movimiento, no habría vida ni
manifestación, ya que todo quedaría en un estatismo absoluto, un
estatismo que sería una verdadera muerte.
El
vacío no es estatismo sino una vibración infinitamente pequeña. Y de
esa vibración infinitamente pequeña es de donde surge o emana toda
manifestación y la totalidad del universo.
Pero
todo esto no significa que haya que anular al yo, sino todo lo contrario,
liberarlo de sus bloqueos y condicionamientos. Y en una segunda fase
hacerlo evolucionar paulatinamente hacia un nivel de conciencia superior:
el yo traspersonal.
La
percepción de la realidad se halla determinada por dos factores: uno son
los filtros mentales y otro la identidad impostora. Los filtros mentales
tienen la capacidad de alterar la percepción de lo que vemos, pues
determinan tanto la interpretación significativa como incluso la
percepción sensorial. Hay filtros personales y colectivos, pero ambos
tiene la capacidad de modular la información que nos llega del
entorno. Es decir que los filtros tamizan la información del entorno,
pudiendo bloquearla o alterarla.
Los
filtros mentales se crean a través de emociones y creencias. Los filtros
crean y modelan nichos en la psiquis que sólamente aceptan aquello que
coincide con esos moldes. Lo que no cabe en esas formas prefijadas
simplemente no es reconocible y por tanto no es reconocido. Por ello en la
senda luciferiana se precisa ir más allá de lo que nuestros filtros nos
permiten.
Los
procesos mentales dan forma a la personalidad. Y esta personalidad, que en
el fondo es una identidad impostora, se halla a cargo de nuestras
emociones, a través de las cuales controla nuestra percepción. Y hemos
de añadir a esto nuestro sistema de creencias, que constituyen las
convicciones profundas que también afectan igualmente a nuestra
percepción de la realidad.
Por
todo esto es necesario en la senda luciferiana, así como en cualquier
otra que pretenda expandir y liberar al ser, ampliar los restringidos
límites que tiene la personalidad en la mayor parte de los seres humanos.
Ampliar la personalidad cambia el medio químico del organismo y con ello la función de
las células, lo que tiene un impacto en nuestra salud y vitalidad.
Ciertos
cambios en la nutrición, el ejercicio físico y la forma de respirar
pueden ser los primeros pasos sencillos que comiencen a afectar la manera
en la que pensamos, sentimos y percibimos. Simultáneamente podemos
trabajar, mediante la auto-observación y la concentración en el momento
presente, en la desactivación del monólogo interior del cerebro.
Monólogo que se activa de forma fortuita o por reacción concatenada de
redes neuronales, y que tanto contribuye a configurar esa turbia niebla
que constiruye los límites de la caja psíquica en que habitamos.
Permanecemos
dentro de un sueño, generado por nosotros mismos. Ese sueño es una jaula
psíquica condicionante y limitante. Hay un condicionamiento
innato psicobiológico, otro social y otro personal. Los tres unidos
sostienen la estructura del sueño. Pero mediante la ampliación de la
conciencia a través de estrategias precisas, podemos conectar con esa
parte interna de nuestro ser que es el alma (nucleo interior libre) y comenzar a despertar del
sueño. Esas estrategias deben perseguir modificar la estructura psíquica
y biológica (reconducción del ADN) mediante una nueva red neuronal y
ciertas prácticas energéticas. El ADN está hecho de energía que
codifica información. Y los patrones de energía del ADN pueden
modificarse por medio de un cambio de conciencia.
La
vieja identidad que hemos ido construyendo hasta el presente define al yo.
Este se puede expresar también como una continuidad química de nuestra
identidad. Es preciso por tanto una ruptura de esa continuidad química
condicionante. Para ello hemos de dejar atrás los pensamientos, los
recuerdos y las asociaciones que nos resultan familiares a fin de vivir
nuevas experiencias.
Tenemos
dormido en nuestro ADN un gran potencial genético latente. Hemos de
activar así los genes que fabriquen una nueva expresión del yo,
activarlos mediante
pensamientos y experiencias más evolucionadas, que vibren en un orden
superior. Sólo activando estos genes latentes en nuestro código
genético será posible una evolución futura.
LIBERAR
AL YO .
Resumiendo
esta quinta puerta podemos decir que nuestro viejo yo está formado
por experiencias viejas que bloquean la percepción de lo nuevo. El yo de
ayer impide la renovación. Por ello es necesario recrear nuestro yo para
experimentar un nuevo mundo. Lo que importa es únicamente la calidad del
yo que recibe la experiencia, como se halla o cual es el estado del yo que vive el ahora,
porque el momento presente (tercera puerta) es el único lugar donde puede
acontecer la renovación verdadera.
Tanto
nuestro sistema de creencias como nuestro ego mantienen prisionera a
nuestra identidad en una doble caja, conformando una realidad psicológica
distorsionada de la que emana nuestro mundo cotidiano.
Podemos
preguntarnos si puede morir el ego y sobrevivir el yo. Si conseguimos que
nuestro ego muera ¿cual sería entonces nuestra identidad? Sin duda
nuestra identidad cambiaría profundamente pero seguiríamos teniendo un
yo. Y este yo procesaría entonces la experiencia vital de una forma
totalmente diferente y nueva. Dejaría de existir esa caja de fluctuantes
emociones y palabras que el ego repetitivo crea permanentemente en nuestro
interior. No veríamos al prójimo como rival, no percibiríamos ya más
al mundo como hostil, no proyectariamos quimeras, ni temor, ni deseos
falaces. Tras la muerte del ego el yo personal liberado podría
evolucionar hacia su destino superior, abriendose paulatinamente a
experiencias traspersonales. Es preciso que muera el ego para que el yo
renazca a una vida superior.
Mientras
permanece el dominio del ego la personalidad y el yo son sus esclavos. No
es posible evolución espiritual verdadera. Por ello las experiencias
espirituales o trascendentes corren el riesgo de ser meros pastiches del
ego, imposturas desde otra modalidad espacio-temporal. El espíritu y el
ego son incompatibles, pues sus frecuencias vibratorias y naturalezas son
antagónicas e irreconciliables.
Hay
que morir en vida para no morir tras la muerte, dijo un antiguo monje. Por
supuesto se refería al ego, para que así el yo pueda continuar libre su
desarrollo y alcanzar niveles más altos del ser. En la senda de las nueve
puertas no podemos olvidar este fundamentral punto de enfoque, que es una
de las claves indispensables en el camino hacia una realidad luminosa.
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