viernes, 30 de marzo de 2012
EL ORIGEN: LOS DIOSES PERDIDOS Y LA SENDA MALDITA (el mito)
El mito vampírico es tan antiguo
en el mundo como las religiones solares y
patriarcales. Las milenarias divinidades matriarcales de la era espiritual
anterior, ahora malditas y perseguidas,
serán transformadas en seres monstruosos y perversos por los nuevos
sacerdotes de los cultos solares. La visión del mundo y de la vida
cambiará fatalmente y la tierra perderá su luz interior, cálida y amorosa,
para ser sustituida por la destellante luz exterior del astro sol y las
promesas de un mundo ultraterreno allende las nubes, junto a las
deidades solares.
Las viejas divinidades de la antigua Era,
así como quienes se empeñaron en sustentar su visión, conformarán ahora el principio o raíz
de nuestros seres infernales: Demonios y vampiros, likántropos y brujos,
ángeles caídos y lobos malditos, serpientes diabólicas y deidades paganas.
Paradigmas del mal que poblarán el subconsciente atemorizado del ser
humano.
La Tierra será concebida como un lugar maldito o transitorio, un
miserable valle de dolor y sufrimiento, y sólo el Cielo reportará la
dicha y felicidad eterna junto a los dioses solares o patriarcales,
monoteístas o politeístas. Con la caída en desgracia del mundo terrestre
surgirán toda esa serie de monstruos y dioses malditos. Se perderá la
unión de materia y espíritu, la mente humana se fragmentará y polarizará,
perdiendo el puente o nexo con la fuente que alimenta la vida divina del
alma y el cuerpo.
A partir de ese momento (entre 1000 y 5000 años
antes de nuestra Era según culturas) se denominará vampiros (vocablo
de raíz indoeuropea) o lilim a ciertos seres que se rebelan frente al dios
oficial y no
se someten a su voluntad. En nuestra cultura judeo cristiana (con raíces
míticas sumerio/asirias) el primer vampiro
será Lilith, un ser legendario de naturaleza femenina que no acatará los
designios del dios patriarcal.
No obstante la naturaleza parásita del vampiro es pura propaganda
difamatoria creada por aquellos sacerdotes de los nuevos dioses solares.
Los vampiros no existían sino en la imaginación de quienes los temían,
odiaban y perseguían. Hoy día el mito persiste a través de la literatura o
el cine, heredado de los miedos supersticiosos de la religión tradicional
y de las leyendas que durante muchos siglos han sido creídas.
En principio podemos pensar que
desde luego el vampiro no ha sido nunca un ser real.
Pero ¿por qué fascina o atrae la imaginación de muchos todavía? El vampiro cautiva porque tras toda la propaganda
negativa que se ha gestado para denigrarlo, demonizarlo y caricaturizarlo representa unos principios
encerrados y custodiados en el nivel más profundo de nuestro reprimido y
censurado
subconsciente, y asimismo depositados en los archivos prohibidos del
inconsciente colectivo. El vampiro encarna un camino de eternidad paralelo y
opuesto a la salvación de la religión oficial, tal como la conocemos, y sus dioses celestes y
patriarcales.
Tras todo el acerbo malvado que arrastra el mito o la fábula vampírica
existe sin embargo algo que nos está rigurosamente vedado, unos principios que no
debemos jamás conocer, como tampoco nos fue permitido el acceso al conocimiento
y sabiduría sagrada del primigenio Árbol de la
Vida que crece en el Paraíso, del que fuimos desterrados en la
noche de los tiempos.
CRISTIANISMO VERSUS VAMPIRISMO
Al igual que narran las leyendas o la literatura fantástica sobre los
vampiros, también la tradición cristiana relata que Cristo regresa de su tumba
(tras su muerte y descenso al infierno) para acceder a la vida eterna en
materia corpórea. Muertos y enterrados, o bien descansando en
una cripta o lugar secreto durante un plazo que en el simbolismo cristiano
es de tres días, tanto Cristo como el Vampiro convierten sus cuerpos
carnales en inmortales. Ambos han pasado primero por el trance de la
muerte, antes de que se cumpla el ciclo biológico
vital. Sus almas han entrado en el mundo oscuro donde se hallan los muertos y han
regresado triunfantes desde ese reino (o desde sus puertas) para habitar
de nuevo en el mundo de los supuestos vivos, es decir nuestra realidad
cotidiana.
Las leyendas cristianas al igual que las vampíricas
poseen muchos conceptos en común. Y esto es así porque en realidad son los
polos contrarios (montajes argumentales opuestos) de una misma tradición.
Una tradición milenaria que surge en el alba de los tiempos, en culturas diversas y dispersas en el
espacio, y que por ello bien pudiera pertenecer su origen a
una civilización o cultura anterior a todas las que nosotros conocemos.
La sangre de Cristo confiere el poder sobrenatural de
otorgar vida eterna. La de los vampiros también. Cristo muere previamente
antes de transformarse de hombre mortal en inmortal. Los vampiros siguen los
mismos pasos. Ambos biológicamente acceden a un estado en el que sus
cuerpos ya no envejecen ni se enferman sino que se han convertido
(renacidos) en
seres transfigurados y eternos. Cristo y vampiros aseguran que
quienes pierdan su vida por ellos pero reciban su sangre tendrán acceso a
una verdadera vida o vida eterna.
Vampiros y Cristo son en ambos casos seres que han
regresado con su cuerpo carnal desde el otro lado de la frontera de la
vida. Durante un tiempo más o menos breve han estado
muertos y luego han retornado triunfantes escapando de las garras de la
muerte o reino del inframundo. No son seres normales ya nunca más, sino que
se hallan por encima de la normalidad biológica convertidos en seres por
encima del estado humano.
Los cristianos lógicamente hablan de la divinidad de
Cristo, de que si es el Hijo de Dios que descendió a la tierra, etc. Su
sangre sacrificial divina vertida conducirá a los humanos a la vida eterna y por
ello se realizan rituales en los que esta se ofrece simbólicamente en una
copa. Pero de la misma manera los vampiros ofrecen beber su sangre en un
ritual transmutador a aquellos
que quieren convertir en sus seguidores o sus iguales, es decir que
habiten su mismo reino sobrenatural.
Se podrá argumentar que Cristo representa el máximo
altruismo y busca el bien de la humanidad, mientras que un vampiro
simboliza el máximo egoísmo y utiliza a los humanos ordinarios como su
fuente de alimento para preservar una frágil inmortalidad. Uno aparenta dar y el otro quitar. Pero esto
bien podría ser una cuestión de perspectiva. Durante siglos los cristianos
mediante guerras de religión o la Inquisición han quitado la vida o
torturado a millones de otros seres humanos en nombre de Cristo. E ideológicamente condenan al
infierno y al sufrimiento eterno a quienes no se someten al camino acertado de
salvación que ellos dicen seguir. Así que esto en principio acerca un poco
las distancias. Soy bueno con quienes siguen mi buen camino y no tan bueno
con quienes no lo siguen, que se pudrirán en el infierno. Los vampiros
también otorgan el bien de la vida eterna a sus elegidos y los demás que
malvivan como puedan, según asegura el tópico de su leyenda.
Alguien podría decir que el vampirismo es una fantasía
y el cristianismo una religión verdadera. Pero esto volvería a ser sólo
una cuestión de perspectiva. Para los que no creen en Cristo el
cristianismo no es sino también una fantasía.
Sin duda el mito vampírico cinematográfico o literario
y todas sus características
es tan sólo pura imaginación. Pero también lo es la literatura evangélica,
sólo que sus creyentes lo viven como si fuera un texto biográfico real. No
se trata de convencer a nadie. Cada cual puede creer lo que le parezca.
Pero sí podemos argumentar que los paradigmas cristiano y vampírico son dos
ramas evolutivas o mitologías discursivas que proceden de un tronco ancestral común, tan lejano que
la humanidad ni sospecha que existió.
Cada una de estas ramas ha evolucionado siguiendo
principios y perspectivas distintas, aparentemente opuestas, conduciendo a una de ellas a la
posición de camino salvador y a la otra a representar y reunir todos los
atributos de supuesta maldad humana.
Cristo significa sacrificio, pureza y castidad. El vampiro es
inmoral y lujurioso. Cristo da su vida por los demás y el vampiro se
dedica a quitarla para poder vivir él. Cristo nos dice que nos sometamos como
corderos a la voluntad divina o la guía de nuestros pastores. El vampiro
busca no someterse a ninguna entidad ni persona ni ideología. El vampiro
se rebela contra la autoridad, tanto religiosa como civil, y busca la
libertad más allá de las limitaciones de la biología y la naturaleza
temporal.
Sin embargo esto sigue siendo una cuestión de
perspectiva. En realidad el Cristo original se rebeló también en parte
contra estas mismas circunstancias. Se enfrentó o al menos no se sometió
al poder civil o religioso de su época. Se rebeló contra la enfermedad y
la muerte (sanó y resucitó a otros y a sí mismo), por tanto tampoco se
sometió a las leyes naturales. Hablaba continuamente de la vida eterna y
la predicaba, aclarando que la vida ordinaria o mortal no era la verdadera
vida. Cualquier vampiro suscribiría esto.
Alguien diría que los vampiros son depredadores y esto
sería verdad, pero en realidad el vampirismo de las leyendas no es sino
una caricaturesca deformación de una milenaria antigua tradición, la cual
también fue la raíz de lo que luego sería el cristianismo, aunque este fue
enfocado bajo una síntesis filosofíca distinta.
Pero al igual que esa
genuina tradición no es reconocible verdaderamente en el
vampirismo de la cinematografía o la literatura (muchas veces histriónico,
monstruoso, tópico o caricaturesco) tampoco lo es en el cristianismo de la religión
(igualmente manipulado y acartonado vitalmente). Sin embargo ambas
creencias aparentemente contrarias y enfrentadas se basan en el mismo
lejano origen
y persiguen el mismo objetivo final: trasformar la vida mortal en inmortal,
la materia sujeta a corrupción en incorruptible. La
ciencia médica vanguardista persigue hoy día el mismo fin: intentar reconducir
la biología temporal hacia un ciclo vital más prolongado e incluso llevar
las células a la inmortalidad.
Ciertamente el cristianismo primitivo pronto evolucionó
hacia la creencia en un mundo idealizado llamado el Cielo, habitado por
dios, ángeles y santos. Pero esto es sólo una contradicción pues el
cristianismo original hablaba de la vida inmortal en la Tierra y no en el
Cielo. Recordemos la Resurrección de la Carne corrupta, algo que muchos han
olvidado. El Cielo no era un lugar entre las nubes sino un mundo invisible
que interpenetraba el mundo visible que nosotros habitamos, un estado de
los seres renacidos. Aunque este
concepto luego se degeneró hasta llegar al error de hoy día.
Ese mundo preternatural o celeste también lo habitan
los vampiros. Por eso el vampiro puede entrar y salir de nuestra realidad
espacio-temporal o mundo cotidiano. Y aparentemente puede
teletransportarse, como los supuestos ángeles. Comparte los mismos
poderes. En un principio, antes de que el hombre creara la contradicción y
la visión pervertida del mundo natural, todos los seres preternaturales
eran lo mismo, alimentados por la misma Fuente Divina.
¿Y que hay del amor? Cristo hablaba principalmente del
amor y los vampiros son seres amargados y crueles. Bueno, esto puede ser también un
tópico y una perspectiva de quienes los denigran, por supuesto. Los
cristianos creen que detentan el monopolio del amor. Pero si le
preguntamos a un musulmán no tendrá la misma opinión. Dirá que el amor lo
detenta el Islam y que los cristianos en realidad están equivocados y no
son tan amorosos como ellos. Entraríamos en la discusión esa de que mi
religión es mejor que la tuya. Obviamente pensamos que los que no siguen
nuestra religión no son tan buenos como nosotros. Así que ... que se va a
decir o pensar de un vampiro ... ajeno a cualquier religión. Pues
lógicamente lo peor de lo peor.
El vampiro es el paradigma del mal, junto con el hombre
lobo, los demonios, etc. Sin embargo para un griego precristiano los
demonios no eran malos. Para Sócrates los demonios (daimones) eran seres
divinos, intermediaros entre el Absoluto y la humanidad. Por supuesto que
Sócrates no creía en los ángeles y esas otras dramáticas mitologías de los
reprimidos
pueblos de oriente próximo ya en aquella época.
En cuanto al hombre-lobo pues para ciertos pueblos
europeos no eran sino chamanes que se integraban y metamorfoseaban en la
naturaleza. Eran aquellos que más profundamente accedían al verdadero
conocimiento, el hombre-lobo era un intermediario entre el mundo de los
humanos y los otros mundos. El lobo era además el acompañante de las almas
en el más allá. Se decía que era un ser de luz. De echo fue el símbolo de
la luz para ciertas culturas, hasta que llegó el cristianismo. Los dioses
Lug (celta) o Apolo (griego), entre otros, se metamorfoseaban en lobos divinos.
¿Y respecto al vampiro? ¿Que oculta su denigrada
leyenda? Todos deben temer al vampiro que roba la sangre humana para
convertirse en inmortal. En realidad esto lo decían sus contrarios, los
sacerdotes de religiones solares o patriarcales que pretendían acaban con
una antiquísima religión de la sagrada tierra. Los otros eran
perversos vampiros o brujos, cuyo único destino debe ser la proscripción,
la muerte o la hoguera.
Se llamó vampiros a aquellos sacerdotes y sacerdotisas
de esa vieja religión milenaria que no quisieron renunciar a sus creencias
e integrarse en las nuevas religiones patriarcales de los griegos y los
romanos o bien las de oriente próximo o cualquier otro lugar del mundo. Surgirán así los mitos sobre
vampiros y vampiras. Extenderán entre el pueblo la creencia falsa de que
por las noche estos chamanes-sacerdotes aparecerían y les chuparían su
sangre. Todas las culturas idearon algún mito sobre vampiros. Da igual que
sea en África, Europa o Asia.
Claro que ha habido y hay gente que cree que bebiendo
sangre humana puede adquirir propiedades especiales, pero esto es una
consecuencia de estas leyendas inventadas y de los fantasmas que generaron
en el sugestivo inconsciente. El origen sin embargo es un
origen religioso y está en relación a antiguos ritos y símbolos mistéricos, de los
que el cristianismo fue en parte heredero, y que deliberadamente fueron
malinterpretados e intencionadamente tergiversados.
El vampiro ha atravesado las puertas de la muerte, como
Cristo. Y al regresar de allí quiere eso decir que ha vencido a la misma
muerte, al menos temporalmente. El vampiro de la narrativa o la leyenda en
realidad puede morir en cualquier momento, pues permanece en una no muerte
suspendida, en una delgada línea entre la vida y la muerte, por ello el
adjetivo de no muertos. Necesita sangre humana o incluso animal
continuamente para mantener su vitalidad y su vida extranatural. En
realidad no ha resucitado. Es alguien que se escapa de la muerte, pero se
halla sujeta a ella. Sin embargo todo esto es literatura, invención de la
fantasía de autores que han escrito, divagado y coloreado este mito
ancestral.
Los antiguos egipcios, al igual que los cristianos,
mantenían la pretensión de que sus cuerpos permanecieran vivos en el más
allá. Creían o creen en la resurrección de la carne. En el más allá o en
este mundo, pero inmortalidad para la materia corpórea. Y ello por la
gracia divina celestial. Pero los vampiros no creen en esa gracia divina
del mundo celeste. Condenados y proscritos por la cultura oficial en
realidad el vituperado y malvado vampiro no es sino la caricatura de una
vieja leyenda perseguida por las doctrinas oficiales. Y esa leyenda dice
que es dentro de la materia viva donde se halla la semilla espiritual de
la inmortalidad o vida eterna.
En realidad el vampiro verdadero
(aunque nunca se llamaron así al igual que las brujas nunca creyeron en el
diablo) no buscaba alimentarse
de corruptible sangre humana sino de una sangre incorruptible o sangre
divina, oculta en la energía preternatural de la naturaleza (una energía
ultravital suprema).
Esa es la sangre auténtica que buscaban (el santo grial o sangre divina), la única que puede dar acceso a
la inmortalidad, pues es una sangre que no se halla sujeta al patrón
vibratorio que inevitablemente hace a la biología corruptible o
perecedera. Esa sangre preternatural cambia el programa biológico de las células y las
permite regenerarse indefinidamente. Mientras el vampiro se alimenta de
esa sangre su biología es inmortal. Nuestras tejidos biológicos envejecen porque
inevitablemente pierden el estado armónico que mantiene el equilibrio
perfecto entre
alimentación y purificación de las células, transmitiéndose errores en su
regeneración.
No obstante esta sangre no puede ser hallada de ningún
modo en un
humano corriente. Decimos sangre pero en realidad hoy día podríamos
denominarla mejor como energía, un fluido energético que circula por el
universo madre (la realidad que sustenta al universo secundario o mortal
que nosotros habitamos), la sangre de la diosa. No se trata al parecer de
un fluido material, sino que más bien consistiría en una alta energía
espiritual universal, que se muta en vital o biológica cuando la mente
adopta determinado nivel vibratorio, un difícil estado mental que permite
al cuerpo la absorción y metabólisis de esa energía rapidísima y
extrasutil. Esa sangre preternatural o fuerza divina cósmica revitalizaría las células y las
dotaría de la energía psicobiológica suficiente para que los tejidos orgánicos no entren
en un ciclo inevitable de envejecimiento, sino que se mantengan
permanentemente vitales. Las células envejecen con el tiempo y se
reproducen defectuosamente porque su nivel vibratorio y sus desequilibrios
eléctricos no les permite
purificarse perfectamente. Eso provoca que se acumulen desechos y toxinas,
parásitos fúngicos y bacterianos y por último errores en el
programa del ADN. Ese nuevo nivel vibratorio permitiría también al cuerpo
determinados juegos imposibles a través del tejido espacio-temporal , así
como el
acceso a realidades o mundo paralelos.
Es curioso como los colores cinematográficos del
vampiro son los mismos colores emblemáticos de la tradición grialiana, es
decir el rojo, negro y blanco. Sumando a estos tres colores primarios el
morado, que es la síntesis de los otros tres. No obstante las damas
vampiras del cine han enriquecido este cromatismo también con el dorado,
color que también usaban las sacerdotisas paganas.
El mito del vampiro es la deformación interesada de una
ancestral y perseguida religión que poseía o buscaba poderosos secretos de
la naturaleza y de la esencia de la vida. Esa religión, que llamaremos
vampírica para entendernos, en realidad anhelaba la conexión profunda con
las fuerzas ocultas del mundo, las fuerzas que sostienen la creación
viviente.
El vampiro no sigue el modelo patriarcal y solar de la
religión y la cultura. Por el contrario permanece fiel a la naturaleza femenina del mundo,
donde se halla las fuentes matriciales de la energía cósmica o divina.
Por ello el vampiro ha de retornar siempre a la tierra para mantener y
recobrar su poder. Y la quintaesencia de la tierra es la sangre divina o
sangre de la diosa. Por supuesto esa diosa ha recibido muchos nombres, por
ejemplo Hékate entre otros, quien simboliza las fuerzas y sabiduría de la
noche. También fue conocida como Tanit, Dana, Brigit/Morgana, Meri/Mari,
Ishtar/Ereskhigal, etc.
El vampiro precisa la sensualidad del mundo (fusión de
mente y materia), ajeno a
los credos morales, pero seguro de su senda libre en pos de la meta
secreta que nunca ha aparecido en la literatura. El vampiro no posee
sentimiento de culpa, sino que más bien semeja ser un indesmayable aventurero que
persigue una meta y sigue una senda sin someterse a autoridad alguna. No
es un destructor, como popularmente se le ha achacado, sino sólo
fiel a la naturaleza real del universo. Alguien no sometido a la arbitraria y artificial sociedad,
sus estrechos paradigmas y sus
limitadoras creencias.
El vampiro es un proscrito pero no un depredador en el
sentido que siempre ha sido presentado. Esto es una burda caricatura creada por
la cultura oficial religiosa y patriarcal. El vampiro grotesco e
histriónico de las películas no tiene nada que ver con aquello que hay de
verdad tras el mito.
El vampiro tradicional retorna de la tumba y se halla
en suspenso en la línea que separa la vida de la no vida. Mas se trata de
un mero artificio de la propaganda que acompaña a estos seres mítcos
adversarios del dios oficial.
Los denominados vampiros en verdad fueron o son hijos
de la tierra, híbridos entre humanos y bestias, entre ángeles y demonios,
entre vivos y muertos, entre el bien y el mal, ajenos al pasado y el
futuro, fuera del tiempo, alimentados por una sangre que en verdad es
elixir divino, ambrosía imperceptible al humano corriente que al no
comprender el misterio se revolvió contra él.
La sangre grialiana, dadora de inmortalidad, es
alimento inagotable que transforma la muerte en vida. Para hallarla hay
que retornar a la Madre.
El Cáliz de Sangre Sagrada o Regeneradora es uno de los
símbolos más antiguos de la Diosa.
La Madre es la Tierra, el Árbol Sagrado que hunde
profundas sus raíces, la Serpiente que se desliza por esas mismas Raíces
en el interior del Submundo y asciende por el tronco hasta la Copa Celeste. La sensualidad vital del mundo, la libertad
que hemos perdido sustraída por infinitas barreras, la niebla que siembra incontables
falsedades. ¿Cual es la verdad y cual la mentira? ¿Es nuestro mundo y
nuestra verdad cotidiana la auténtica realidad?
LA TUMBA: LUGAR DE ENCUENTRO CON LOS
DIOSES.
El vampiro además de por la sangre recobra su poder
regresando a la tierra, a la tumba o cripta subterránea. Curiosamente
también ciertos chamanes se entierran en una falsa tumba para en contacto
con la tierra sanar sus cuerpos o sus mentes. La tierra tiene el poder de
absorber la energía negativa y donarnos su energía benéfica.
Los antiguos templos iniciáticos de la Antigüedad
estaban ubicados bajo tierra, en criptas subterráneas a donde se llegaba
por túneles secretos. La parte superior visible era tan sólo para el
pueblo o rituales convencionales. Igualmente viejos templos paganos
solares y las primeras catedrales cristianas se erigieron sobre criptas
chamánicas o paganas milenarias. Esas cavernas subterráneas fueron los
lugares de encuentro de aquellos ancestrales iniciados en los secretos de
la diosa, la diosa negra o la diosa roja, la diosa serpiente ...
Además los iniciados en cierto nivel de su preparación
eran enterrados (o ubicados en una cripta subterránea sellada) durante
tres días, sin alimentos, para que pudiera su espíritu entrar en contacto
con las divinidades de la tierra. (Ritual del que se conserva un
remedo en los evangelios cristianos en el episodio de la muerte y
resurrección de Cristo). En ese estado la conciencia se vuelve hacia
adentro y abre la puerta sellada que comunica con los reinos internos. Es
curioso como las grandes pirámides egipcias son como montañas
artificiales, donde seguramente se practicaba en alguna cámara de su
interior el rito de aislamiento y apertura a las otras realidades. También
los celtas tenían templos subterráneos para que los iniciados pudieran
hallar la energía mediante la que su conciencia entraba en el reino de los
dioses o mundos internos. Algo de ello queda en los túneles bajo el viejo
Tor en Inglaterra o en la cripta sobre la que se levanta la catedral de
Chartres. Igualmente la ciudad de Toledo en España está minada de
antiquísimos túneles de origen desconocido, cuya función y profundidad aún
hoy no se ha podido investigar.
Esos practicantes de la vieja religión de la tierra
fueron perseguidos por los fanáticos de las religiones solares y se les
reprobó y acusó de vampiros y tratos con los demonios. Los túneles y
criptas chamánicas fueron destruidos o sacralizados mediante el
levantamiento de un templo a una divinidad solar. Las viejas deidades
quedaron cubiertas por la edificación de nuevos templos que se alzarán
ahora hacia el cielo, como ocurrió en el Mont Sant Michael en Francia.
La diosa permanece ahora aislada en su Sacra Caverna
Subterránea, junto al poder de la magia, donde van a visitarla aquellos
que son calificados como vampiros. Allí se guarda la sagrada sangre
grialiana. Allí regresó Merlín, los chamanes hombres-lobo, los elfos de
los bosques, las hadas que ya no ascienden a la faz de la tierra como
antaño. Se han cerrado las viejas grutas, las viejas cavernas, donde
moraba el poder serpentino. Los oscuros bosques han sido destruidos, las
fuentes se han secado, los templos subterráneos han desaparecido. El ser
humano ha perdido el contacto con su alma profunda. Las máquinas
reemplazan a la naturaleza, hemos creado un mundo artificial, carente de
la savia sagrada de la vida.
Mas el universo no puede ser entendido por la mente
racional o las máquinas. El universo es pensamiento que ha tomado forma y
sólo volviendo el pensamiento hacia adentro encontraremos la entrada a la
verdadera realidad.
EL MITO VAMPÍRICO EN LA CULTURA ACTUAL
La
primera obra de vampirismo en la literatura moderna es, que yo conozca, la
novela titulada Carmilla, escrita por Sheridan Le Fanu en 1872, anterior a la famosa obra Drácula escrita
por Bram Stoker a fines del siglo XIX.
Carmilla, también llamada Mircalla, es una vampiresa
que seducirá y succionará el fluido vital a una joven mortal. Es curiosa
la ambigüedad sexual de este primer vampiro femenino, que roza
manifiestamente el lesbianismo. Bram Stoker por el contrario se
inspirará en el famoso e histórico conde Vlad Tapes para crear a su
personaje Drácula, aunque el susodicho conde nunca tuvo debilidad por
beber sangre sino por otras atrocidades y crueldades. Pero sin embargo el
personaje de Drácula fue el primero que inspiró a la cinematografía. De él
surgirán múltiples versiones durante el siglo XX, desde el cine en blanco
y negro hasta el color con la última versión de F. Cópola, que puso fin
quizá al ciclo de este personaje en el séptimo arte.
Posteriormente
Anne Ricci creará sus sagas vampíricas alejándose de los
histriónicos y monstruosos vampiros de la cinematografía inicial. Aquí sus
vampiros se confunden con los humanos con los que casi conviven. Estos
vampiros tendrán una riqueza psicológica más diversificada, planteándose
incluso interrogantes sobre su condición y el origen de su estado de ser.
¿cual fue el principio que gestó el vampirismo? ¿Donde se halla el origen?
¿Dónde el principio? ¿En los dioses oscuros del antiguo Egipto? ¿Más
lejos? Las novelas de Ricci han sido llevadas varias veces al cine bajo
diferentes perspectivas.
En
las últimas décadas no han parado de surgir nuevas producciones
cinematográficas, basadas muchas veces tan sólo en la mera acción y la
fantasía, sin fondo filosófico o incluso legendario alguno, que han recreado y
utilizado la leyenda vampírica como temática de violencia, exotismo o
entretenimiento consumista juvenil. No obstante hay que reconocer que en
nuestra banal y materialista sociedad contemporánea también tienen cabida
versiones varias de una mitología que parece ser no abandona nunca al ser
humano. Siempre ha sido fácil sembrar temores y miedos en el frágil y
manipulable corazón humano, aunque hoy día sea tan sólo para excitar
nuestras ansias de emociones en una sociedad tecnificada y demasiado
desprovista de naturaleza libre original.
Entre
otros la autora Christine Feehan, en su
saga
oscura, crea el personaje de los cárpatos, unos seres que
sin ser verdaderos vampiros (de los que se son enemigos) se alimentan sin
embargo de sangre humana (aunque no matan a sus víctimas). Estos seres
semihumanos no se acuestan en el típico ataud peliculero sino que duermen
en profundas cavernas, en contacto con la tierra que los regenera,
atravesando las barreras de la realidad material. Pueden teletransportarse
o mutar su forma en la de un animal. Poseen poderes sobrehumanos aunque
comparten nuestros mismos sentimientos.
La fantasía diversifica y amplia el mito, más o menos
grotesco, más o menos alejado de los miedos de la religión tradicional,
más o menos rico en matices e interrogantes, pero el arquetipo esencial
subsiste: el retorno a las tierra primigenia de la que procede la carne y
el alma, la sangre inmortal, el deambular entre la vida perecedera y la
eternidad, un estado de ser más allá de los códigos religiosos o morales
sociales, etc.
Un
mito atemporal que aunque en transformación permanente persiste en el
subconsciente de la cultura humana. Un mito que no puede conciliarse con
el dios de la religión convencional, porque precisamente deviene de las
divinidades primigenias perdidas y perseguidas, y que ha derivado en un
arquetipo maldito, oculto en los niveles enterrados de nuestro manipulado
subconsciente. Precisamos que la luz entre otra vez en las
profundidades de nuestro interior para reconocer allí las energías
cautivas de la Diosa Primigenia, de la Madre Cósmica en su versión oscura.
Cuando la diosa sea
de nuevo reconocida en todos sus aspectos y aceptada en la superficie de
nuestra conciencia se acabará el universo dual y las luchas entre el bien
y el mal. Probaremos entonces por fin el fruto prohibido e inalcanzado aún
del Árbol de la Vida.
P.D.: Es por este motivo que las Vírgenes cristianas (herederas
manipuladas de las antiguas diosas y hadas) siempre han aparecido
surgiendo de Cuevas, Pozos o de debajo de la Tierra. La figura de la
Virgen cristiana es un sucedáneo o una forma de sobrevivir de la Diosa en
un subconsciente y sociedad humana que ya no la acepta como tal. La Virgen
por supuesto no habita en el cielo (un espacio vacío semiestéril) con
Cristo, dios Padre y los santos como pretenden los cristianos. La Virgen o
Diosa habita en el interior mismo de la Tierra (un plano o nivel de
vibración muy elevada). Y sale por sus poros terrenos como la saliva, el
semen o la sangre salen por los poros y conductos del cuerpo humano. Lo
que denominamos Virgen, Diosa, Hada, etc es una psico-morfo-emanación
del núcleo espiritual de la Tierra. A su vez el planeta no es un bola
de materia y nada más, como piensa el hombre moderno, sino un núcleo de
psico espacio-tiempo donde el espíritu abstracto toma forma. Por ello el
verdadero cielo, si existe como tal, no es sino un plano de conciencia
sustentado por la energía matriz de la Diosa. De ahí que los celtas
buscaran siempre entrar dentro de ese plano custodiado por las
sacerdotisas o guardianas de lo que ellos llamaban Avalon: el
jardín de las manzanas aúreas, la tierra de la inmortalidad, el Paraíso de
la Diosa Madre.
P.D.2: Las abejas
son las sacerdotisas, en el reino de
los insectos, de la Madre Naturaleza. Ellas trasportan el polen
sagrado
por toda la tierra y permiten que las flores realicen sus
intercambios
sexuales y el maravilloso mundo de color de la natura florezca en
las
estaciones. En ciertas culturas antiguas la abeja fue uno de los
símbolos
de la Diosa. La abeja produce o recolecta varios néctares
sumamente
valiosos con su fecundo trabajo: polen, miel, jalea real, propoleo
y cera. Sin el
trabajo polinizador de las abejas la mayor parte de las flores no
se
podrían fecundar y la reproducción de las plantas sería casi
imposible. Desde hace algunos años hay noticias de que las abejas en
todo
el mundo están muriendo masivamente, sufriendo misteriosas
enfermedades
que cada año las hace desaparecer por millones. No regresan a las
colmenas
y sus cadáveres aparecen sembrando los campos. Quizá los tóxicos
que el
hombre esparce les afecta a su sistema de orientación y no
encuentran el
camino de regreso, o puede ser cualquier otra cosa. Pero el caso
es que
mueren por cientos de millones, provocando la ruina de muchos
apicultores.
Cuando desaparezcan las abejas la naturaleza morirá también. Por
ello,
esto es un síntoma más de que el fin del mundo tal como lo
conocemos está
próximo. Aunque es posible que de las cenizas en un futuro surja
un nuevo
mundo que ahora sólo podemos soñar.
P.D.3: En las primeras películas sobre vampiros el hecho de como
se alcanza esa condición no quedaba bien reseñado. En esas versiones
bastaba el mordisco de un vampiro (o un hombre lobo) para convertirse en
tal. Sin embargo eso contradice la simbología del mito. Es necesario que
el vampiro entregue su sangre y la ofrezca a beber a quien elige para
convertirlo a su misma condición. Esto se ve claramente en las obras de Anne
Ricci así como en las versiones cinematográficas (Entrevista con el
vampiro -buena- o La Reina de los Condenados -bastante menos
buena). Es posible que también sea así en la obra de Bram Stoker titulada
Drácula (que se pierde demasiado al identificarse con este conde
histórico) y llevada al cine por Coppola , aunque ahora no lo recuerdo.
Así el Vampiro, al igual que Cristo, dice: Toma y bebe mi sangre, y
alcanzarás así la vida eterna. El vampiro ofrece su sangre
transmutada
para propiciar la transmutación del hombre, igual exactamente que
el
Mesías crístico greco-judío, que es el que nos ha llegado a través
de la
literatura evangélica y la mitología cristiana convencional. Sin
embargo
el cristo inicial verdadero no se parecía en nada a sus
representaciones
artísticas habituales posteriores, asexuado y con pinta de pastor
de ovejas. No hay la más mínima referencia al aspecto de Cristo en
ningún
Evangelio, ni canónico ni apócrifo. No hay ninguna posibilidad
documental
de reconstruir su aspecto. Los textos evangélicos son versiones
del siglo IV de nuestra Era (excepto el Apocalipsis y las cartas de San
Pablo) y ya
el personaje estaba completamente manipulado y por tanto también
los
textos que conocemos. Lo único que sabemos es que le apodaban el nazoraeus,
palabra que no procede de Nazareth pues esta población fue fundada siglos
después, sino que es un calificativo que significa guardián de la
serpiente
(dragón/vampir).
Los nazoraeus,
o simplemente nazar o nacash (NHSH) eran una secta residual muy minoritaria
que practicaban el viejo culto serpentino y sus ritos de inmortalidad.
¡Bebed mi sangre y seréis eternos. Nadie va a la eternidad sino es a
través de mi ! ¡La posesiones de este mundo no importan porque la
verdadera vida es de otro reino! ¡Mi reino no es de este mundo! Todas
estas frases vampíricas serpentinas son muy parecidas a algunas que
figuran en los Evangelios aunque ligeramente adaptadas. No hablan del
Reino de la Diosa sino del Cielo y del Padre pero es la única forma que se
estructuró el mensaje al fundirse con los respectivos mitos y filosofías
judeo helénicas de la cultura del momento. El mismo Cristo decía que sus
verdaderas enseñanzas no las podía decir en público (consultar el Nuevo
Testamento). Y en los Evangelios
apócrifos figuran pasajes donde los mismos apóstoles piden a Magdalena,
tras la muerte de Jesús, que les revele las genuinas enseñanzas que sólo a
ella Cristo había mostrado. Desde luego hay una filosofía de amor
universal, pero principalmente del poder de la fe y la eternidad. Cristo
tan sólo fue un nazoraeus que sirvió a algunos como pretexto para
fundar una religión, pues predicó cierta enseñanza salvadora sincrética (judeo-egipcia)
en público, pero el resto de los nazoraeus prefirieron continuar en el
secreto. Tras su provisional muerte y supuesta resurrección regresó con los otros nazar y
nada más se supo salvo el mito que sirvió de base al cristianismo y todas
sus múltiples leyendas.
Como todo el mundo puede apreciar los
nazarenos actuales (cofradías cristianas) van siempre vestidos con los
colores vampíricos: morado, rojo, negro. Aunque no sepan porqué. El
capirote fue durante el medievo un símbolo de poderes mágicos (vampíricos),
por ello también se ha mostrado tradicionalmente a las brujas con ese cono
y mismos colores o a los típicos magos como el famoso Merlín.
Tradicional brujita de la suerte
Y el diablo igualmente ha sido presentado
con el mismo cromatismo y aspecto, repitiendo así el arquetipo nazareno-vampírico.
Es por ello que al final los opuestos se encuentran.
Una hija de la diosa Hekate.
Una dama vampira
¿Un ser vampírico, un elfo, un hada, un extraterrestre?
Curiosamente en las películas las damas vampíricas recuerdan estéticamente
a sacerdotisas de la antigüedad. como se aprecia en las imágenes superior
e inferior.
Una hija de la noche, una vampira, siempre se alimenta de la sangre de la
diosa y no de la humana como tradicionalmente se les culpabiliza. La
sangre humana no tiene propiedades vitales trascendentes. Es sangre mortal
y corruptible. Por cierto, la luz solar no resulta destructora, aunque la
tradición diga que el
vampiro gusta de los crepúsculos y la noche. Otras leyendas también solían
contar que las hadas sólo eran visibles en esos momentos: el alba,
el crepúsculo del atardecer o la noche. Bajo los rayos de sol, sobre todo
cenital, los fenómenos mágicos son más raros.
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