miércoles, 14 de marzo de 2012

El virus que vino del espacio

Un microorganismo patógeno procedente del espacio exterior que mata en pocas horas a 46 de los 48 habitantes de Piedmont, una pequeña población estadounidense. Este es el argumento de la magnífica película de ciencia ficción “La amenaza de Andrómeda” de 1971, basada en la novela homónima de Michael Crichton. Aunque muchos puedan pensar que este espeluznante escenario es una exageración para dar dramatismo a una trama ficticia, hay astrobiólogos que opinan que algo así ha sucedido ya en nuestra historia reciente, y lo que aún es peor, creen que va a volver a ocurrir. Como veremos a continuación, una vez más, la realidad podría superar a la ficción…
En sólo cinco días, en Teller Mission, un pequeño pueblo situado en la remota península de Seward, en Alaska, murieron 72 de sus 80 habitantes a causa de un virus y, por desgracia, esos hechos no forman parte de la dramática ficción de una novela sino que ocurrieron realmente entre el 15 y el 20 de noviembre de 1918. Cuando posteriormente llegaron a la localidad unos misioneros luteranos, se encontraron con escenas terribles en las que algunos cadáveres aún se encontraban sentados a la mesa en sus casas y otros en sus lugares de trabajo, lo que nos da idea de la celeridad y letalidad con la que el organismo causante de la enfermedad actuó. Los misioneros tuvieron que pedir ayuda al Ejército para enterrar a tantos cuerpos que finalmente fueron depositados en una fosa común. El pueblo de Teller fue prácticamente borrado del mapa y en su lugar se fundó el actual Brevig Misión. Muchos no lo saben, pero ese año, en apenas 25 semanas, murieron en el mundo 25 millones de personas. Pues bien, algunos astrobiólogos afirman que existen razones para pensar que ese microorganismo pudo haber llegado de fuera de la Tierra.
 Aunque para muchos científicos esta hipótesis carece por el momento de pruebas sólidas que la respalden, el reputado astrobiólogo Chandra Wickramasinghe, profesor de Matemática Aplicada y Astronomía en la Universidad de Cardiff y director del Centro de Astrobiología de Cardiff sostiene que aquel mortífero virus nos llegó procedente del espacio exterior.
¿Existe la posibilidad de que un microorganismo alienígeno llegue hasta la Tierra y provoque una pandemia que acabe con la especie humana?
¿Está nuestro planeta siendo afectado periódicamente por microbios extraterrestres?
A continuación conoceremos los hechos y los argumentos de la controversia.



El virus de la gripe de 1918: crónica de una tragedia planetaria
En nuestra época la terrible pandemia de SIDA ha matado en 25 años a 25 millones de seres humanos y esto nos ha parecido terrible. Sin embargo, en 1918 en veinticinco semanas murieron en el mundo 25 millones de personas debido a la mal llamada pandemia de “gripe española”. Según recientes cálculos del HHS (Departamento de Salud y Servicios Humanos del gobierno estadounidense), la cantidad total de victimas producidas por la gripe de 1918 en todo el mundo, se estima que estuvo entre los 50 y los 100 millones, lo que supuso entre un 3% y un 6 % de la población mundial de entonces, siendo considerada la pandemia más grave que ha sufrido la humanidad en su historia. Las extrañas circunstancias que envuelven el inicio y el desarrollo de aquella pandemia, como fueron la aparición de casos casi simultáneamente en continentes distintos en una época donde no existían los viajes en avión así como el enorme aislamiento geográfico que tenían algunos lugares donde la enfermedad hizo estragos (remotas aldeas de Alaska o islas de Oceanía, por ejemplo), todo ello en un plazo de apenas 18 meses desde que aparecieron los primeros casos hasta que la pandemia se extinguió tan abruptamente como había comenzado, son hechos ciertos que han llevado a algunos astrobiólogos a opinar que el virus de aquella gripe tuvo que venir desde fuera de la Tierra.
Pese a haber recibido el nombre de “gripe española”, los primeros casos de los que se tiene noticia en todo el mundo ocurrieron en el establecimiento militar Fort Riley, en Kansas, Estados Unidos, el 11 de marzo de 1918 cuando, tras el desayuno de la tropa, un soldado se quejó de fiebre, dolor de garganta y de cabeza. Poco después otro soldado acudió con los mismos síntomas y para medio día ya habían ingresado más de 100 soldados en el hospital del acuartelamiento. En cinco días el número de soldados ingresados era de 522. Una semana después, el ejército estadounidense informó de otros brotes similares en Virginia, Carolina del Sur, Georgia, Florida, Alabama y California. Los buques de la Marina, anclados en los puertos de la costa este, también notificaron numerosos casos de gripe y neumonía graves entre sus hombres. Curiosamente, durante los primeros meses, el virus atacó sobre todo a personal militar debido probablemente a las condiciones propias de la vida castrense, por ejemplo, el hacinamiento en barracones donde pernoctaban gran número de soldados.

Pronto la enfermedad saltó al frente de guerra en Europa donde se detectaron los primeros casos durante el mes de abril, extendiéndose rápidamente por las tropas de todos los países participantes. Al principio la gripe recibió nombres distintos en cada ejercito contendiente, así los estadounidenses caían enfermos con "fiebre de tres días" o "la muerte púrpura", los franceses contraían "bronquitis purulenta", los italianos sufrían la "fiebre de las moscas de arena" y los hospitales alemanes se llenaban de víctimas del “Blitzkatarrh” o "fiebre de Flandes".
A mediados del mes de abril de 1918, China y Japón también informaron de casos y durante mayo fueron detectados en África y América del Sur. En junio aparecen los primeros enfermos en Bombay.
La gripe también llegó a España procedente probablemente de Francia, a donde iban a trabajar españoles y portugueses. Una ausencia de medidas de aislamiento ayudó a que la enfermedad se extendiera. Por ejemplo, en Zamora, las autoridades de la Iglesia Católica indicaron que "el mal podría ser una consecuencia de nuestros pecados y nuestra falta de gratitud. La venganza de la eterna justicia ha caído sobre nosotros". Por este motivo, organizaron actos religiosos a donde acudieron masivamente los ciudadanos, lo que ayudó al contagio del virus, padeciendo Zamora uno de los índices de mortalidad más altos del país. En Barcelona las autoridades municipales tuvieron que pedir ayuda al Ejército para llevar el elevado número de ataúdes a los cementerios. Y en la ciudad de Cádiz, entre el 28 de mayo y el 28 de junio de 1918 tuvo que ser hospitalizada prácticamente toda la guarnición militar.
Por razones de no dar información al enemigo, los gobiernos envueltos en la guerra mundial no permitieron que la prensa informase claramente de la magnitud de la pandemia en sus respectivos países. Sin embargo en España, un país neutral, no hubo restricciones para informar de los casos que se estaban produciendo, lo que dio la impresión equivocada de que España era el origen de la enfermedad. Esta es la razón por la que esta pandemia fue conocida internacionalmente como “gripe española”.
 Durante los primeros meses, pese a ser un virus muy contagioso, no causó muchas muertes. Pero al final del verano de 1918, por razones aún desconocidas, el virus cambió y se hizo letal, llegando a morir en muchos lugares el 20% de los infectados. Incluso en aldeas remotas situadas en Alaska o África del Sur perecieron el 90% de sus pobladores.


Las enfermeras de la Cruz Roja Americana atienden a pacientes de gripe en las salas temporales establecidas en el interior del Auditorio Municipal de Oakland en 1918

Esta segunda oleada de infecciones fue catastrófica.
A mediados de septiembre el Dr. Victor Vaughn, en calidad de Director General de Sanidad del Ejército estadounidense, recibe órdenes urgentes para ir a Camp Devens, cerca de Boston. Una vez allí, lo que ve Vaughn cambia su vida para siempre: "He visto a cientos de jóvenes de uniforme atestar las salas del hospital. Cada cama estaba ocupada,  cada sala abarrotada. Las caras tenían un tono azulado, una tos con esputos sanguinolentos. Por la mañana, los cadáveres se apilan en el depósito de cadáveres como leña", relató con posterioridad. El día que Vaughn llegó a Camp Devens, 63 hombres murieron allí de gripe. Durante el mes de octubre, 195.000 estadounidenses mueren por la pandemia.
 Policías en Seattle con máscaras hechas por la Cruz Roja, durante la epidemia de gripe en diciembre de 1918.

 Victimas siendo recogidas de las casas en cuarentena en 1918 en la ciudad estadounidense de San Luis
En la ciudad de San Francisco la policía tuvo orden de arrestar a todo el que estornudase o tosiese en la vía pública y se decretó obligatorio el uso de mascarillas. Cuando llegó la noticia del fin de la guerra el 11 de noviembre de 1918, 30.000 personas salieron a las calles de la ciudad para celebrarlo y, aunque muchos cantaban y bailaban, todos llevaban puestas sus mascarillas.
Ilustración que recrea la celebración del final de la I Guerra Mundial en las calles de San Francisco
Finalmente, durante los primeros meses de 1919 la pandemia decayó con tanta brusquedad como había comenzado, para desaparecer casi por completo a finales de septiembre de 1919. La pesadilla había durado 18 meses.

Los misterios del virus de la gripe de 1918
Hay varias cuestiones extrañas respecto del virus que produjo aquella matanza.
Lo primero que llama la atención es su extraordinaria letalidad, presentando una tasa de mortalidad más de 50 veces superior a la de una pandemia de gripe común.
Por otro lado, al contrario de lo que ocurre con el virus de la gripe común, que ataca principalmente a personas de edad avanzada, a personas debilitadas por otras enfermedades o a niños pequeños, el virus de 1918 afectó principalmente a personas jóvenes y fuertes. Así mismo, la inusitada rapidez con la que la enfermedad se extendió por prácticamente todo el planeta, en una época en la que no existía el transporte aéreo, también resulta difícil de explicar. El hecho de que llegara a remotas aldeas de Alaska durante los meses de clima más frío, cuando muchas de ellas se encontraban aisladas por la nieve, o a lejanas islas del Pacífico, es desde luego, sorprendente. Otro aspecto inexplicable es que la segunda oleada de la pandemia -la más letal- fue detectada el mismo día de septiembre de 1918 en Boston y en Bombay. Es importante tener en cuenta lo que recogen Howard Phillips y David Killingray en su libro “The Spanish influenza pandemic of 1918-19: new perspectivas”, que allí, en Bombay, los epidemiólogos creen que ese segundo brote apareció en algún lugar del interior de la meseta de Deccan desde donde se fue extendiendo hacia las zonas costeras, justo lo contrario de lo que se esperaría de una epidemia propagada desde los Estados Unidos o Europa, que habría llegado, en aquella época, necesariamente en barco. Además se produjeron los picos más altos de mortalidad prácticamente en las mismas fechas (alrededor de noviembre de 1918) en todos los continentes. Otro hecho inusual es que en muchos casos los enfermos tardaban pocas horas en morir tras ser infectados.
Finalmente, los casos disminuyeron drásticamente en la primavera de 1919 para desaparecer por completo en 1920. El virus se fue, llevándose consigo los secretos de su naturaleza y origen.

Una tumba bajo la tierra helada
Desde entonces han sido varios los intentos llevados a cabo por los científicos para encontrar el virus y poder analizarlo. En 1951, investigadores de la Universidad de Iowa, entre los que se encontraba Jo­han Hultin, un estudiante de doctora­do recién llegado de Suecia, viajaron a la lejana península de Seward, en Alaska, en busca de la cepa de 1918. En la localidad, conocida hoy como Brevig Mission, el virus ocasionó la muerte a 72 de sus 80 habitantes. Puesto que sus cuerpos fueron enterrados en el permafrost helado, esperaban encontrar el virus de 1918 conservado en los pulmones de las victimas. Sin embargo, fracasaron todos los intentos de cul­tivar virus de la gripe vivos a partir de las muestras que recogieron.
En 1995, otro grupo dirigido por el patólogo molecular Jeffery K. Taubenberger, buscó el escurridizo virus en otra fuente de tejidos: las muestras de autopsias de 1918 conservadas en parafina y archivadas en el Instituto de Patología del Ejército estadounidense. Gracias a estas investigaciones pudo determinarse la secuencia de algunos genes del virus, aunque esto era insuficiente. Pero entonces, en 1997, el patólogo jubilado Johan Hultin que había participado en la expedición a Brevig Mission en 1951, leyó un artículo sobre los trabajos de Taubenberger y pensó que quizás, con las nuevas tecnologías, ahora sí fuera posible tener éxito con los restos de Alaska. Inmediatamente contactó con Taubenberger y se ofreció para viajar de nuevo a Brevig Mission a por nuevas muestras. Así lo hizo ese mismo año de 1997 y finalmente, en los tejidos pulmonares que Hultin extrajo del cadáver de una mujer obesa, Taubenberger pudo encontrar el virus y secuenciar todo su genoma.

Más misterio
Sin embargo, pese a conocerse los secretos del genoma del  virus asesino, las incógnitas respecto de él están lejos de desaparecer. Taubenberger y su equipo, en un artículo publicado en Scientific American en 2004,  nos dice que han encontrado pistas de por qué el virus de la gripe de 1918 fue tan mortífero. Al parecer sus características provocaban una radical respuesta del sistema inmunológico humano que encharcaba los pulmones con fluidos y el individuo moría rápidamente por falta de oxigenación. Sin embargo Taubenberger reconoce que sigue sin tenerse claro cuál fue el origen del virus. Contrariamente a lo que ocurre con otros virus de la gripe, que puede conocerse certeramente el animal donde se produjo la mutación viral que lo originó, la cepa de la pandemia de 1918 reviste mucha mayor complejidad. Sus secuencias génicas no se corresponden ni con una mutación a partir de una cepa aviar, ni con una adaptación de una cepa aviar en el cerdo. Hoy por hoy su origen sigue siendo un misterio. Taubenberger termina manifestando en su artículo lo siguiente: “Si se comprobara que el virus 1918 ha obtenido nuevos genes a través de un mecanismo diferente del que emplearon las cepas de pande­mias posteriores, ello acarrearía consecuencias de la mayor importancia para la salud pública. La excepcional virulencia de la cepa de 1918 podría tener otro origen.”

La respuesta podría estar en el cielo
Ante estos enigmas algunos astrobiólogos afirman tener respuestas.
El Dr. Nalin Chandra Wickramasinghe es profesor de Matemática Aplicada y Astronomía en la Universidad de Cardiff y es el director del Centro de Astrobiología de Cardiff. Miembro, entre otras altas instituciones científicas, de la Royal Astronomical Society, está considerado como uno de los mayores expertos mundiales en lo referente a la composición del medio interestelar. Pues bien, este reputado científico es defensor de la hipótesis de la panspermia que nos dice que la vida surgió en el planeta Tierra por haber llegado desde el espacio exterior y es uno de los que piensan que nuestro planeta se ve afectado por microorganismos extraterrestres causantes en ocasiones de pandemias que atacan a la humanidad.
Chandra descubrió en los años 70, junto al astrofísico Fred Hoyle, que en el polvo interestelar y en el cometario (aquel que se desprende de la cabeza de los cometas) existían numerosas moléculas orgánicas, las mismas con las que están constituidos todos los seres vivos conocidos, incluidos los virus y las bacterias.
Aunque este hallazgo supuso una gran sorpresa para los científicos pues hasta entonces se creía que la materia orgánica no podía mantenerse en el espacio, hoy ya es un hecho aceptado y hace afirmar a Chandra que la vida está presente en gran parte de nuestra galaxia. Más aún, recientemente científicos del Instituto de Astrofísica de Canarias han encontrado el mismo tipo de indicio en otras galaxias, lo que lleva a pensar que es muy probable que también allí exista vida basada en los mismos elementos que la nuestra.
 La constatación de que hay algunos virus y bacterias capaces de resistir las particulares condiciones del espacio exterior, con bajísimas temperaturas y alta radiación ultravioleta, viene a reforzar la idea.
En nuestro sistema solar existen un gran número de cometas orbitando en torno al Sol de los que se está desprendiendo constantemente polvo.  Wickramasinghe estima que la cantidad de material biológico cometario que cae a la Tierra se encuentra en torno a 1 tonelada diaria. En 2001 el astrobiólogo y su equipo, en colaboración con la Organización India de Investigación Espacial, realizaron un experimento consistente en enviar un globo a la estratosfera para recoger muestras de polvo de cometa. A 45 Km. de altura encontraron células bacterianas cuyo origen, según Chandra, no podía ser otro que el espacio exterior. El científico sostiene que la rapidez con la que el virus de la gripe de 1918 se extendió por todo el planeta, llegando hasta regiones cuyos habitantes se encontraban prácticamente aislados, fue ocasionada por haber caído éste desde la estratosfera, repartiéndose por todos los continentes en poco tiempo. Así mismo el hecho de que muchas de las epidemias de gripe empiecen en zonas del Este y Sudeste asiático, Wickramasinghe lo explica  por la presencia de las alturas del Himalaya que a menudo servirían de puerta de entrada de estos microorganismos a la biosfera.
Recientemente, en una información reseñada por el Lunar Science Institute de la NASA el 15 de diciembre de 2009, científicos de la Organización India de Investigación Espacial  anunciaban que  los instrumentos científicos de la primera misión lunar no tripulada de la India, Chandrayaan-1, recogieron signos de materia orgánica en puntos de la superficie de la Luna. La materia orgánica está formada por componentes orgánicos basados en el carbono y su presencia puede indicar la existencia de vida o la degradación de materia viva antigua. Este hallazgo se encuentra aún bajo estudio pero probablemente motivará que en el futuro las agencias espaciales sean más sensibles a incorporar instrumentos más precisos a la hora de detectar posibles formas de vida en lugares donde, casi por prejuicio, nunca se supuso que pudiera existir.
Estamos ante una idea aún no admitida por el conjunto de la Ciencia, sin embargo, con el paso del tiempo, nuevos descubrimientos, antes que ayudar a desecharla, van perfilándola como una posibilidad real. A menudo pensamos en los peligros que nos pueden llegar desde fuera de la Tierra casi únicamente en forma de descomunales asteroides que, al impactar en nuestro planeta, acaben con nuestra forma de vida. Pero no debemos descartar la idea de que  quizás, ahí fuera, en el espacio exterior, exista otro tipo de amenaza, invisible, oculta aún a nuestro conocimiento.

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