Un microorganismo patógeno procedente del espacio exterior que mata
en pocas horas a 46 de los 48 habitantes de Piedmont, una pequeña
población estadounidense. Este es el argumento de la magnífica película
de ciencia ficción “La amenaza de Andrómeda” de 1971, basada en la
novela homónima de Michael Crichton. Aunque muchos puedan pensar que
este espeluznante escenario es una exageración para dar
dramatismo a una trama ficticia, hay astrobiólogos que opinan que algo
así ha sucedido ya en nuestra historia reciente, y lo que aún es peor,
creen que va a volver a ocurrir. Como veremos a continuación, una vez
más, la realidad podría superar a la ficción…
En sólo cinco días, en Teller Mission, un pequeño pueblo situado en
la remota península de Seward, en Alaska, murieron 72 de sus 80
habitantes a causa de un virus y, por desgracia, esos hechos no forman
parte de la dramática ficción de una novela sino que ocurrieron
realmente entre el 15 y el 20 de noviembre de 1918. Cuando
posteriormente llegaron a la localidad unos misioneros luteranos, se
encontraron con escenas terribles en las que algunos cadáveres aún se
encontraban sentados a la mesa en sus casas y otros en sus lugares de
trabajo, lo que nos da idea de la celeridad y letalidad con la que el
organismo causante de la enfermedad actuó. Los misioneros tuvieron que
pedir ayuda al Ejército para enterrar a tantos cuerpos que finalmente
fueron depositados en una fosa común. El pueblo de Teller fue
prácticamente borrado del mapa y en su lugar se fundó el actual Brevig
Misión. Muchos no lo saben, pero ese año, en apenas 25 semanas,
murieron en el mundo 25 millones de personas. Pues bien, algunos
astrobiólogos afirman que existen razones para pensar que ese
microorganismo pudo haber llegado de fuera de la Tierra.
Aunque para muchos científicos esta hipótesis carece por el momento
de pruebas sólidas que la respalden, el reputado astrobiólogo Chandra
Wickramasinghe, profesor de Matemática Aplicada y Astronomía en la
Universidad de Cardiff y director del Centro de Astrobiología de
Cardiff sostiene que aquel mortífero virus nos llegó procedente del
espacio exterior.
¿Existe la posibilidad de que un microorganismo alienígeno llegue
hasta la Tierra y provoque una pandemia que acabe con la especie
humana?
¿Está nuestro planeta siendo afectado periódicamente por microbios extraterrestres?
A continuación conoceremos los hechos y los argumentos de la controversia.
El virus de la gripe de 1918: crónica de una tragedia planetaria
En nuestra época la terrible pandemia de SIDA ha matado en 25 años a
25 millones de seres humanos y esto nos ha parecido terrible. Sin
embargo, en 1918 en veinticinco semanas murieron en el mundo 25
millones de personas debido a la mal llamada pandemia de “gripe
española”. Según recientes cálculos del HHS (Departamento de Salud y
Servicios Humanos del gobierno estadounidense), la cantidad total de
victimas producidas por la gripe de 1918 en todo el mundo, se estima
que estuvo entre los 50 y los 100 millones, lo que supuso entre un 3% y
un 6 % de la población mundial de entonces, siendo considerada la
pandemia más grave que ha sufrido la humanidad en su historia. Las
extrañas circunstancias que envuelven el inicio y el desarrollo de
aquella pandemia, como fueron la aparición de casos casi
simultáneamente en continentes distintos en una época donde no existían
los viajes en avión así como el enorme aislamiento geográfico que
tenían algunos lugares donde la enfermedad hizo estragos (remotas
aldeas de Alaska o islas de Oceanía, por ejemplo), todo ello en un
plazo de apenas 18 meses desde que aparecieron los primeros casos hasta
que la pandemia se extinguió tan abruptamente como había comenzado,
son hechos ciertos que han llevado a algunos astrobiólogos a opinar que
el virus de aquella gripe tuvo que venir desde fuera de la Tierra.
Pese a haber recibido el nombre de “gripe española”, los primeros
casos de los que se tiene noticia en todo el mundo ocurrieron en el
establecimiento militar Fort Riley, en Kansas, Estados Unidos, el 11 de
marzo de 1918 cuando, tras el desayuno de la tropa, un soldado se
quejó de fiebre, dolor de garganta y de cabeza. Poco después otro
soldado acudió con los mismos síntomas y para medio día ya habían
ingresado más de 100 soldados en el hospital del acuartelamiento. En
cinco días el número de soldados ingresados era de 522. Una semana
después, el ejército estadounidense informó de otros brotes similares
en Virginia, Carolina del Sur, Georgia, Florida, Alabama y California.
Los buques de la Marina, anclados en los puertos de la costa este,
también notificaron numerosos casos de gripe y neumonía graves entre
sus hombres. Curiosamente, durante los primeros meses, el virus atacó
sobre todo a personal militar debido probablemente a las condiciones
propias de la vida castrense, por ejemplo, el hacinamiento en barracones
donde pernoctaban gran número de soldados.
Pronto la enfermedad saltó al frente de guerra en Europa donde se
detectaron los primeros casos durante el mes de abril, extendiéndose
rápidamente por las tropas de todos los países participantes. Al
principio la gripe recibió nombres distintos en cada ejercito
contendiente, así los estadounidenses caían enfermos con "fiebre de tres
días" o "la muerte púrpura", los franceses contraían "bronquitis
purulenta", los italianos sufrían la "fiebre de las moscas de arena" y
los hospitales alemanes se llenaban de víctimas del “Blitzkatarrh” o
"fiebre de Flandes".
A mediados del mes de abril de 1918, China y Japón también
informaron de casos y durante mayo fueron detectados en África y
América del Sur. En junio aparecen los primeros enfermos en Bombay.
La gripe también llegó a España procedente probablemente de Francia,
a donde iban a trabajar españoles y portugueses. Una ausencia de
medidas de aislamiento ayudó a que la enfermedad se extendiera. Por
ejemplo, en Zamora, las autoridades de la Iglesia Católica indicaron que
"el mal podría ser una consecuencia de nuestros pecados y nuestra
falta de gratitud. La venganza de la eterna justicia ha caído sobre
nosotros". Por este motivo, organizaron actos religiosos a donde
acudieron masivamente los ciudadanos, lo que ayudó al contagio del
virus, padeciendo Zamora uno de los índices de mortalidad más altos del
país. En Barcelona las autoridades municipales tuvieron que pedir
ayuda al Ejército para llevar el elevado número de ataúdes a los
cementerios. Y en la ciudad de Cádiz, entre el 28 de mayo y el 28 de
junio de 1918 tuvo que ser hospitalizada prácticamente toda la
guarnición militar.
Por razones de no dar información al enemigo, los gobiernos
envueltos en la guerra mundial no permitieron que la prensa informase
claramente de la magnitud de la pandemia en sus respectivos países. Sin
embargo en España, un país neutral, no hubo restricciones para
informar de los casos que se estaban produciendo, lo que dio la
impresión equivocada de que España era el origen de la enfermedad. Esta
es la razón por la que esta pandemia fue conocida internacionalmente
como “gripe española”.
Durante los primeros meses, pese a ser un virus muy contagioso, no
causó muchas muertes. Pero al final del verano de 1918, por razones aún
desconocidas, el virus cambió y se hizo letal, llegando a morir en
muchos lugares el 20% de los infectados. Incluso en aldeas remotas
situadas en Alaska o África del Sur perecieron el 90% de sus pobladores.
Las enfermeras de la Cruz Roja Americana atienden a pacientes de
gripe en las salas temporales establecidas en el interior del Auditorio
Municipal de Oakland en 1918
Esta segunda oleada de infecciones fue catastrófica.
A mediados de septiembre el Dr. Victor Vaughn, en calidad de Director
General de Sanidad del Ejército estadounidense, recibe órdenes
urgentes para ir a Camp Devens, cerca de Boston. Una vez allí, lo que
ve Vaughn cambia su vida para siempre: "He visto a cientos de
jóvenes de uniforme atestar las salas del hospital. Cada cama estaba
ocupada, cada sala abarrotada. Las caras tenían un tono azulado, una
tos con esputos sanguinolentos. Por la mañana, los cadáveres se apilan
en el depósito de cadáveres como leña", relató con posterioridad.
El día que Vaughn llegó a Camp Devens, 63 hombres murieron allí de
gripe. Durante el mes de octubre, 195.000 estadounidenses mueren por la
pandemia.
Policías en Seattle con máscaras hechas por la Cruz Roja, durante la epidemia de gripe en diciembre de 1918.
Victimas siendo recogidas de las casas en cuarentena en 1918 en la ciudad estadounidense de San Luis
En la ciudad de San Francisco la policía tuvo orden de arrestar a
todo el que estornudase o tosiese en la vía pública y se decretó
obligatorio el uso de mascarillas. Cuando llegó la noticia del fin de
la guerra el 11 de noviembre de 1918, 30.000 personas salieron a las
calles de la ciudad para celebrarlo y, aunque muchos cantaban y
bailaban, todos llevaban puestas sus mascarillas.
Ilustración que recrea la celebración del final de la I Guerra Mundial en las calles de San Francisco
Finalmente, durante los primeros meses de 1919 la pandemia decayó
con tanta brusquedad como había comenzado, para desaparecer casi por
completo a finales de septiembre de 1919. La pesadilla había durado 18
meses.
Los misterios del virus de la gripe de 1918
Hay varias cuestiones extrañas respecto del virus que produjo aquella matanza.
Lo primero que llama la atención es su extraordinaria letalidad,
presentando una tasa de mortalidad más de 50 veces superior a la de una
pandemia de gripe común.
Por otro lado, al contrario de lo que ocurre con el virus de la gripe
común, que ataca principalmente a personas de edad avanzada, a
personas debilitadas por otras enfermedades o a niños pequeños, el
virus de 1918 afectó principalmente a personas jóvenes y fuertes. Así
mismo, la inusitada rapidez con la que la enfermedad se extendió por
prácticamente todo el planeta, en una época en la que no existía el
transporte aéreo, también resulta difícil de explicar. El hecho de que
llegara a remotas aldeas de Alaska durante los meses de clima más frío,
cuando muchas de ellas se encontraban aisladas por la nieve, o a
lejanas islas del Pacífico, es desde luego, sorprendente. Otro aspecto
inexplicable es que la segunda oleada de la pandemia -la más letal- fue
detectada el mismo día de septiembre de 1918 en Boston y en Bombay. Es
importante tener en cuenta lo que recogen Howard Phillips y David
Killingray en su libro “The Spanish influenza pandemic of 1918-19: new
perspectivas”, que allí, en Bombay, los epidemiólogos creen que ese
segundo brote apareció en algún lugar del interior de la meseta de
Deccan desde donde se fue extendiendo hacia las zonas costeras, justo
lo contrario de lo que se esperaría de una epidemia propagada desde los
Estados Unidos o Europa, que habría llegado, en aquella época,
necesariamente en barco. Además se produjeron los picos más altos de
mortalidad prácticamente en las mismas fechas (alrededor de noviembre
de 1918) en todos los continentes. Otro hecho inusual es que en muchos
casos los enfermos tardaban pocas horas en morir tras ser infectados.
Finalmente, los casos disminuyeron drásticamente en la primavera de
1919 para desaparecer por completo en 1920. El virus se fue, llevándose
consigo los secretos de su naturaleza y origen.
Una tumba bajo la tierra helada
Desde entonces han sido varios los intentos llevados a cabo por los
científicos para encontrar el virus y poder analizarlo. En 1951,
investigadores de la Universidad de Iowa, entre los que se encontraba
Johan Hultin, un estudiante de doctorado recién llegado de Suecia,
viajaron a la lejana península de Seward, en Alaska, en busca de la
cepa de 1918. En la localidad, conocida hoy como Brevig Mission, el
virus ocasionó la muerte a 72 de sus 80 habitantes. Puesto que sus
cuerpos fueron enterrados en el permafrost helado, esperaban encontrar
el virus de 1918 conservado en los pulmones de las victimas. Sin
embargo, fracasaron todos los intentos de cultivar virus de la gripe
vivos a partir de las muestras que recogieron.
En 1995, otro grupo dirigido por el patólogo molecular Jeffery K.
Taubenberger, buscó el escurridizo virus en otra fuente de tejidos: las
muestras de autopsias de 1918 conservadas en parafina y archivadas en
el Instituto de Patología del Ejército estadounidense. Gracias a estas
investigaciones pudo determinarse la secuencia de algunos genes del
virus, aunque esto era insuficiente. Pero entonces, en 1997, el
patólogo jubilado Johan Hultin que había participado en la expedición a
Brevig Mission en 1951, leyó un artículo sobre los trabajos de
Taubenberger y pensó que quizás, con las nuevas tecnologías, ahora sí
fuera posible tener éxito con los restos de Alaska. Inmediatamente
contactó con Taubenberger y se ofreció para viajar de nuevo a Brevig
Mission a por nuevas muestras. Así lo hizo ese mismo año de 1997 y
finalmente, en los tejidos pulmonares que Hultin extrajo del cadáver de
una mujer obesa, Taubenberger pudo encontrar el virus y secuenciar
todo su genoma.
Más misterio
Sin embargo, pese a conocerse los secretos del genoma del virus
asesino, las incógnitas respecto de él están lejos de desaparecer.
Taubenberger y su equipo, en un artículo publicado en Scientific
American en 2004, nos dice que han encontrado pistas de por qué el
virus de la gripe de 1918 fue tan mortífero. Al parecer sus
características provocaban una radical respuesta del sistema
inmunológico humano que encharcaba los pulmones con fluidos y el
individuo moría rápidamente por falta de oxigenación. Sin embargo
Taubenberger reconoce que sigue sin tenerse claro cuál fue el origen
del virus. Contrariamente a lo que ocurre con otros virus de la gripe,
que puede conocerse certeramente el animal donde se produjo la mutación
viral que lo originó, la cepa de la pandemia de 1918 reviste mucha
mayor complejidad. Sus secuencias génicas no se corresponden ni con una
mutación a partir de una cepa aviar, ni con una adaptación de una cepa
aviar en el cerdo. Hoy por hoy su origen sigue siendo un misterio.
Taubenberger termina manifestando en su artículo lo siguiente: “Si se
comprobara que el virus 1918 ha obtenido nuevos genes a través de un
mecanismo diferente del que emplearon las cepas de pandemias
posteriores, ello acarrearía consecuencias de la mayor importancia para
la salud pública. La excepcional virulencia de la cepa de 1918 podría
tener otro origen.”
La respuesta podría estar en el cielo
Ante estos enigmas algunos astrobiólogos afirman tener respuestas.
El Dr. Nalin Chandra Wickramasinghe es profesor de Matemática
Aplicada y Astronomía en la Universidad de Cardiff y es el director del
Centro de Astrobiología de Cardiff. Miembro, entre otras altas
instituciones científicas, de la Royal Astronomical Society, está
considerado como uno de los mayores expertos mundiales en lo referente a
la composición del medio interestelar. Pues bien, este reputado
científico es defensor de la hipótesis de la panspermia que nos dice que
la vida surgió en el planeta Tierra por haber llegado desde el espacio
exterior y es uno de los que piensan que nuestro planeta se ve
afectado por microorganismos extraterrestres causantes en ocasiones de
pandemias que atacan a la humanidad.
Chandra descubrió en los años 70, junto al astrofísico Fred Hoyle,
que en el polvo interestelar y en el cometario (aquel que se desprende
de la cabeza de los cometas) existían numerosas moléculas orgánicas,
las mismas con las que están constituidos todos los seres vivos
conocidos, incluidos los virus y las bacterias.
Aunque este hallazgo supuso una gran sorpresa para los científicos
pues hasta entonces se creía que la materia orgánica no podía
mantenerse en el espacio, hoy ya es un hecho aceptado y hace afirmar a
Chandra que la vida está presente en gran parte de nuestra galaxia. Más
aún, recientemente científicos del Instituto de Astrofísica de Canarias
han encontrado el mismo tipo de indicio en otras galaxias, lo que
lleva a pensar que es muy probable que también allí exista vida basada
en los mismos elementos que la nuestra.
La constatación de que hay algunos virus y bacterias capaces de
resistir las particulares condiciones del espacio exterior, con
bajísimas temperaturas y alta radiación ultravioleta, viene a reforzar
la idea.
En nuestro sistema solar existen un gran número de cometas orbitando
en torno al Sol de los que se está desprendiendo constantemente polvo.
Wickramasinghe estima que la cantidad de material biológico cometario
que cae a la Tierra se encuentra en torno a 1 tonelada diaria. En 2001
el astrobiólogo y su equipo, en colaboración con la Organización India
de Investigación Espacial, realizaron un experimento consistente en
enviar un globo a la estratosfera para recoger muestras de polvo de
cometa. A 45 Km. de altura encontraron células bacterianas cuyo origen,
según Chandra, no podía ser otro que el espacio exterior. El
científico sostiene que la rapidez con la que el virus de la gripe de
1918 se extendió por todo el planeta, llegando hasta regiones cuyos
habitantes se encontraban prácticamente aislados, fue ocasionada por
haber caído éste desde la estratosfera, repartiéndose por todos los
continentes en poco tiempo. Así mismo el hecho de que muchas de las
epidemias de gripe empiecen en zonas del Este y Sudeste asiático,
Wickramasinghe lo explica por la presencia de las alturas del Himalaya
que a menudo servirían de puerta de entrada de estos microorganismos a
la biosfera.
Recientemente, en una información reseñada por el Lunar Science
Institute de la NASA el 15 de diciembre de 2009, científicos de la
Organización India de Investigación Espacial anunciaban que los
instrumentos científicos de la primera misión lunar no tripulada de la
India, Chandrayaan-1, recogieron signos de materia orgánica en puntos
de la superficie de la Luna. La materia orgánica está formada por
componentes orgánicos basados en el carbono y su presencia puede
indicar la existencia de vida o la degradación de materia viva antigua.
Este hallazgo se encuentra aún bajo estudio pero probablemente motivará
que en el futuro las agencias espaciales sean más sensibles a
incorporar instrumentos más precisos a la hora de detectar posibles
formas de vida en lugares donde, casi por prejuicio, nunca se supuso
que pudiera existir.
Estamos ante una idea aún no admitida por el conjunto de la Ciencia,
sin embargo, con el paso del tiempo, nuevos descubrimientos, antes que
ayudar a desecharla, van perfilándola como una posibilidad real. A
menudo pensamos en los peligros que nos pueden llegar desde fuera de la
Tierra casi únicamente en forma de descomunales asteroides que, al
impactar en nuestro planeta, acaben con nuestra forma de vida. Pero no
debemos descartar la idea de que quizás, ahí fuera, en el espacio
exterior, exista otro tipo de amenaza, invisible, oculta aún a nuestro
conocimiento.
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