os bosques del este de Europa constituyen el dominio del leshii,
poderoso ente sobrenatural al que corresponde cuidar de los animales y
las plantas que habitan en ellos. Con semejante función, no es de
extrañar que trate a los humanos de forma extremadamente maliciosa y
hostil.
El leshii posee la capacidad de cambiar de aspecto a voluntad. Su
tamaño varía entre el de una hierba y el de un árbol. Puede adoptar la
apariencia de cualquier animal, y también la de un ser humano, incluso
la de uno conocido por la persona a quien se aparece, aunque en estos
casos siempre hay algún detalle que lo delata, como, por ejemplo, llevar
el abrigo abotonado al revés, tener los ojos blancos o carecer de
cejas.
Pero el leshii puede presentarse también bajo su propia forma. A este
respecto, existen dos descripciones típicas. Una lo presenta con
aspecto de fauno o demonio, es decir: patas de macho cabrío, dos cuernos
brotando de su frente, pelo cubriéndole casi todo el cuerpo… La otra lo
retrata con una apariencia más vegetal, con la piel rugosa como la
corteza de un árbol y el pelo (al igual que el de las rusalkas) verde
como la hierba.
De todas maneras, lo más habitual es que les juegue malas pasadas a
sus víctimas sin dejarse ver. Todo el que se adentra en el bosque debe
permanecer alerta, ya que el leshii probablemente intentará conducirlo
hacia un precipicio o un pantano, borrando caminos, cambiando señales de
su sitio, haciéndose pasar un amable lugareño o imitando todo tipo de
sonidos, incluidos el llanto de un bebé o los lamentos de un agonizante.
Puede lanzar asimismo terroríficas carcajadas. Todo sirve con tal de
llevar al viajero hacia su perdición.
Cuando alguien se siente bajo el influjo del leshii, lo mejor que
puede hacer consiste en caminar de espaldas o ponerse la ropa al revés.
Solo así logrará regresar al camino.
A veces el leshii se limita a gastar bromas pesadas, como, por
ejemplo, soplar polvo sobre los ojos del viandante, o quitarle el
sombrero mediante el mismo método. Y es que el leshii está muy asociado
al viento. Sus apariciones son frecuentemente precedidas por una fuerte
ráfaga de aire, y se dice que danza en los torbellinos junto a su mujer.
A los campesinos eslavos no les ha quedado otro remedio que aprender a
vivir con tan poderoso vecino, y para ello han desarrollado una serie
de normas de cumplimiento obligado si no se quiere enfadar al señor de
la espesura: en su feudo no se debe silbar, ni jurar, ni herir a plantas
o árboles de forma deliberada, ni cazar en determinadas fechas…
Añadiendo a esto la realización de pequeñas ofrendas, el viajero podrá
cruzar el bosque sin peligro, el pastor dejar a su ganado vagar libre y
el cazador obtener una caza favorable.
Cada zona boscosa cuenta con su propio leshii, y estos pelean a veces
entre sí, utilizando árboles o grandes rocas como mazas, o juegan a las
cartas, apostando parte de la fauna de sus dominios (lo cual explica a
ojos de los campesinos las ocasionales migraciones masivas de animales).
El leshii vive en algún tipo de cabaña en lo más profundo del bosque,
a veces en compañía de su mujer, la lusanka, y de sus hijos. Esta vida
familiar le obliga en ocasiones a solicitar la ayuda de los humanos,
como cuando su mujer va a dar a luz y necesita una comadrona.
A pesar de esta faceta más cálida, demuestra poca empatía hacia los
seres humanos, llegando, por ejemplo, a raptar a jovencitas o a niños, a
los que atrae al bosque haciéndose pasar por sus abuelos o con la
promesa de chucherías. “¡Ojalá te lleve el leshii!”, dicen las madres a
sus hijos cuando se portan mal, aunque no lo repiten demasiadas veces ya
que podría cumplirse.
Según algunos, el objetivo del leshii con estos raptos es ampliar el
número de almas bajo su dominio, pues las almas de los que fallecen en
el bosque sin haber confesado sus pecados ni recibido la absolución
deben vagar por él durante un tiempo, y están sujetas a la autoridad del
leshii.
Es posible también venderle el alma de forma voluntaria. Para ello
hay que invocarlo primero. Una de las maneras de hacerlo consiste en
derribar un álamo durante la noche de San Juan, con cuidado de que caiga
hacia el este; después debemos situarnos sobre el tocón, con la cara
mirando al mismo punto cardinal pero doblados hacia abajo, y decir:
“¡Tío Leshii! ¡Manifiéstate, pero no como un lobo gris, ni como un negro
cuervo, ni como un abeto preparado para la hoguera; tan solo como yo!”.
Tras una ligera brisa, aparecerá el leshii bajo la forma de un hombre,
dispuesto a comprar nuestra alma a cambio de proporcionarnos ayuda en
futuras empresas.
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