lunes, 25 de junio de 2012

Secretos de otros cuentos infantiles

La Bella y la Bestia es uno de los cuentos folklóricos más inciertos. Ha circulado durante siglos sin cambios significativos, aunque con discrepancias que sirven para apuntalar aquello que en una región resulta irrelevante, y en otra se vuelve esencial.

La primera versión pertenece a Giovanni Francesco Straparola, y fue publicada en una antología de nombre cándido: Le piacevoli notti, es decir, Las noches agradables, en 1550. Más de un siglo después, en 1697, Charles Perrault integró una versión tosca de La Bella y la Bestia en su colección Cuentos de mamá ganso (Contes de ma mere l’oye). Pero la degradación absoluta llegó con Madame d'Aulnoy y su cuento La oveja (Le Mouton), quien junto a Giambattista Basile finalmente demolieron el pasado mitológico del relato.

Sobre estos cimientos se publicó una olvidada noveleta de Gabrielle-Suzanne Barbot, editada en 1740, que sirvió para construir la actual versión de La Bella y la Bestia que todos conocemos. El mérito de su popularidad pertenece a la aristócrata francesa Jeanne-Marie Le Prince de Beaumont. Exiliada en Inglaterra, comenzó a trabajar como profesora, y, en paralelo, a organizar una antología de relatos folklóricos europeos. Utilizando la antología de Barbot, nuestra noble y aristocrática traductora publicó un cuento que eliminaba por completo el trasfondo genealógico de La Bella y la Bestia, tomando únicamente los elementos centrales del original, y omitiendo los orígenes escabrosos que dan como resultado la transformación del caballero en Bestia; detalles que, para la época, podían sonar un tanto... subversivos.

Lo mágico quedó excluido de La Bella y la Bestia, en consecuencia, lo mítico desapareció como barrido por un viento súbito y voraz. Todo lo siniestro fue cubierto por una crónica directa, sobria, sin adornos ni estridencias. Lo legendario pasó por el tamiz de lo racional, y el sentido primigenio del relato folklórico se vio mutilado de sus premisas fundamentales. Los pobres y los desdichados se convirtieron en reyes y princesas, los pastores en caballeros, los magos en sacerdotes, lo mágico en banal.

Antes de continuar se impone un resumen de La Bella y la Bestia tal como ha llegado a nuestros días. A causa de una total falta de interés en esta versión nos proponemos dar un resumen taquigráfico.


Un mercader tiene tres hijas. Dos de ellas eran odiosas, pero la menor, que por su aspecto delicado llamaron Bella, era la encarnación de la bondad. El mercader pierde su fortuna, y con ella los pretendientes de sus hijas. Pero Bella continúa recibiendo ofertas como de costumbre. Cierto día, el mercader se embarca en un viaje de negocios, y les pregunta a sus hijas qué desean recibir como regalo: las hermanas odiosas piden ricos vestidos, mientras que Bella sólo le solicita una rosa.

El viaje termina en desastre. Perdido, el mercader se refugia en un castillo aparentemente abandonado. En el jardín de entrada encuentra un rosal. Se acuerda de Bella y arranca una rosa. Una vez dentro del castillo se encuentra con una criatura abominable, un ser bestial que habla como un hombre educado y le recrimina al mercader su actitud ofensiva. El anciano suplica que desea volver a ver a sus hijas. La Bestia le concede el deseo, pero lo obliga a jurar que regresará, o bien enviará a alguien para reemplazarlo.

Al regresar, Bella se ofrece a ir al castillo ya que fue su deseo el que hizo que su padre arranque la rosa, incitando de este modo la ira de la Bestia.

Bella llega al castillo. La Bestia perdona a su padre, pero le pide a la joven que se quede una temporada con él. Eventualmente, la Bestia se enamora, pero Bella se mantiene indiferente. Cierto día llegan noticias sobre la enfermedad del mercader. Bella le solicita a la Bestia que la deje partir, pero éste se niega. Luego de unos días, el engendro reflexiona y le permite volver con la condición de que regrese en una semana. Ya en la aldea, las hermanas odiosas planean una estratagema para que la joven se quede más de siete días. Lo logran, haciendo que Bella rompa su promesa. Cuando ésta retorna al castillo encuentra a la Bestia agonizando de tristeza. El monstruo muere, y la muchacha, comprendiendo que fue su falta la que causó el desastre, besa el cadaver deforme y le dice que lo ama y que desea casarse con él

La Bestia resucita y se transforma en un príncipe. Luego explica, a grosso modo, que una bruja lo ha transformado en monstruo hasta que una mujer hermosa quiera casarse con él


Hasta aquí, la versión "oficial". Ahora repasemos la verdadera historia de La Bella y la Bestia...


El mercader no existe. Sólo existen tres hermanas. Dos de ellas, brujas y hechiceras que obligan a su hermana menor a servirles como mucama y realizar tareas que la prudencia exige omitir. La joven es atada todas las noches para que contemple aquello que nunca tendrá: libertad.

Cierto día, un pordiosero leproso se asoma por la ventana y vé a la joven envuelta por nudos, sogas y cadenas; y le pide si puede darle algo de comer. Sabiendo que sus hermanas la castigarán, Bella igualmente accede a que el hombre pase y se sirva lo que necesite, sin siquiera pedirle a cambio que afloje las ligaduras que la retienen prisionera. El hombre ingresa por la ventana y sacia su apetito con un gran pedazo de queso. Luego se retira sin decir palabra. Las hermanas regresan, y al ver el faltante de comida acusan a Bella de ladrona. La encadenan al sótano y la azotan con brutalidad, provocándole una muerte atroz.

El leproso vuelve al día siguiente, se asoma por la ventana, pero Bella ya no está. Le pide entonces a las hermanas si pueden darle algo para comer, pero éstas no sólo se niegan, sino que insultan al pobre hombre. Entonces el leproso, de rostro deformado, una verdadera "Bestia", les revela que, en realidad, es hijo de un acaudalado noble. Las hermanas le ofrecen pan, y el hombre ingresa en la casa. Una vez saciado su apetito, les confiesa que su padre no es rico, y que él mismo no es otra cosa que la Muerte encarnada, una entidad fugitiva que ha tomado posesión del cadáver de un leproso, ya que al inframundo llegó la noticia de una mujer tan desdichada que la Muerte le resultaría, en definitiva, una bendición.

La Muerte entonces desgarra los jirones putrefactos de sus ropas, toma a las hermanas del cabello y frota sus rostros horrorizados sobre su pecho cubierto de pústulas y excrecencias fétidas.

Acto seguido, el leproso se echa a morir junto al cadáver de Bella. Previamente, lleva a las hermanas al sótano y las ata para que contemplen aquello que no tendrán: una muerte pacífica.


El romance está ausente de la versión original, sin embargo, temas como la hospitalidad, la cortesía, la reducción de la mujer a un estado servil, están intensamente presentes. Será que algunas Bestias no ocultan príncipes ni acaudalados caballeros, sino hombres cuya única riqueza era la esperanza de una muerte piadosa; y Bellas que reflejan una hermosura que no se traduce en facciones simétricas y siluetas voluptiosas, sino en bondad y comprensión por el dolor ajeno. 

De todos los cuentos populares de que nos ha legado la Edad Media, y aún más atrás, el de Caperucita Roja es que ha sufrido las mutilaciones más severas de parte de comentadores, recopiladores y, por supuesto, el gélido y abstruso Walt Disney.

El cuento, hasta la escena en donde el lobo se viste con las ropas de la abuela, es más o menos el mismo que conocían los niños medievales. Las diferencias se dan a partir de este punto. Pero primero repasemos un poco de historia.


El primer recopilador en rescatar el cuento de Caperucita Roja fue Charles Perrault, que lo incluyó en su antología de historias populares en 1697. Al contrario de lo que sucede con otros cuentos tradicionales, como La Bella Durmiente o Hansel y Gretel, Caperucita Roja no era un cuento muy extendido en Europa. Es más, se lo conocía en un ámbito bastante cerrado, que iba desde el norte de los Alpes a la región de Loira. En 1812 los hermanos Grimm reescribieron la historia, especialmente el final, y ésa es la versión que se conoce hoy en día; una versión, dicho sea de paso, muy diferente de la Caperucita Roja real.

No resulta asombroso que los hermanos Grimm hayan modificado el relato original, lo extraño es que para ello se hayan basado en una oscura obra de Ludwig Tieck llamada: Vida y muerte de la pequeña Caperucita Roja (Leben und Tod des kleinen Rotkäppchen); tragedia que incluye la presencia del leñador, ausente en el cuento popular.


Tal vez para no ahuyentar a los temerosos padres de inicios del siglo XIX, los hermanos Grimm eliminaron de cuajo todos los elementos eróticos del cuento y plantaron un final feliz, además de barrer con todo lo que no sostenga la pureza e inocencia de Caperucita. El resumen: el final del cuento en la versión de Jabob y Wilhelm Grimm se salvan absolutamente todos, salvo el lobo, claro; cuyas tripas son abiertas por el hábil leñador, devolviendo a la abuela a su rutina diaria.


Vayamos a un análisis del cuento.

Según la clasificación de Aarne-Thompson sobre cuentos folklóricos, Caperucita Roja entra en la categoría 333, esto es, cuentos que presentan un oponente sobrenatural. Es importante que borremos de nuestra mente la idea de que los cuentos populares servían como advertencia a los niños sobre los peligros del bosque, para eso bastaba una buena reprimenda. Los relatos folklóricos tienen otra función, mucho más importante para los pueblos de lo que los pueblos han sabido comprender. Según lo vemos hoy en día, el protagonista de Caperucita Roja es, claramente, Caperucita Roja, pero esto no es así. El error, si cabe llamarlo así, es a la insistencia de Disney por lograr la empatía de los niños con la historia. Escencialmente, Caperucita Roja es un personaje importante, un disparador por el cual se sucede la verdadera tragedia, pero de ningún modo es el único. Incluso hay versiones muy antiguas en las que se la menciona de paso, como aquel cuento tradicional de Italia llamado La finta nona, es decir, La falsa abuela, en cuyo caso la joven Caperucita es un elemento casi decorativo.


La verdadera historia de Caperucita Roja sostiene dos elementos centrales:

1) El tabú del canibalismo.
2) El rescoldo de la vieja religión nórdica.


Caperucita Roja, Rotkäppchen, Little Red Cap, Le Petit Chaperon Rouge, Little Red Riding Hood, son variables de este disparador. Si tuviésemos acceso a alguna extravagante máquina del tiempo, y pudiésemos atestiguar de primera mano la narración de Caperucita Roja, oiríamos un cuento completamente diferente al que conocemos. Allí, el lobo engulliría a la anciana, tal como hoy, pero dejaría sobre la mesa un jugoso banquete hecho con la carne y la sangre de la abuela, que la inocente Caperucita devoraría vorazmente, acaso intuyendo su origen ilícito. Luego, vestido con las ropas de la occisa, y tras de un diálogo con muchísimas variantes, el lobo pasaría de degustar la carne temblorosa de Caperucita; momento en el que un cazador, que oye los gritos desgarradores de la joven, ingresa en la estancia, mata al lobo y le abre el estómado con un cuchillo, devolviendo a la joven al mundo de los vivos.


Ahora bien, este morir y renacer de Caperucita Roja nos habla sobre algo muy antiguo en la raza humana: el rito de iniciación.

Caperucita en el bosque, en la casa y en el estómago del lobo, son símbolos de las tres fases de la iniciación a la adultez; por el cual una niña abandona su casa -madre, comunidad, civilización-, recorre un terreno salvaje -el bosque-, se enfrenta con lo más siniestro del corazón humano -canibalismo, antropofagia-, y derrota al peor de los enemigos en el vientre del lobo -la muerte-.

Pero además de señalar estos tópicos arquetípicos, Caperucita Roja también simboliza el despertar de la sexualidad. Su vestimenta roja atestigua los inicios de la madurez sexual, y el lobo, antropomorfizado para suavizar los efectos devastadores de este tránsito, es, quizás, un símbolo del sexo salvaje, de la sexualidad en estado primitivo, mientras que el cazador, en cambio, representa el sexo dentro de la civilización, es decir, dentro de un matrimonio funcional a la sociedad; cuyo fin último es procrear, y no la liberación ociosa de los instintos.


Estas interpretaciones psicológicas y antropológicas son rigurosamente ciertas, pero detrás de Caperucita Roja se esconde un motivo acaso más trascendental, y que excede las consideraciones regionales sobre el sexo y la adultez. Si volviésemos a montarnos en aquella imaginaria máquina del tiempo, y retrocediésemos aún más, dejando atrás la Edad Media, veríamos que la historia de Caperucita Roja conserva elementos de la religión nórdica, disimulados pero perfectamente reconocibles para el estudioso -y amante- de la mitología nórdica.

La transición en el vientre de un animal es un motivo clásico. Lo vemos incluso en la historia bíblica de Jonás y la ballena. El vientre es, como hemos dicho, un ámbito de transición, pero doblemente simbólico, ya que todos provenimos de un vientre y hacia allí iremos -la tumba, vientre del mundo-. Ser tragado por un animal es un regreso a la vida intrauterina, vida perfecta e idealizada, pero con un sentido nuevo, alegórico, quizás, por el cual este nuevo vientre nutre un despertar completamente distinto. La vida en el vientre salvaje nos propone un estado latente, por el cual el individuo emergerá cambiado. Ya no será el mismo, así como Caperucita Roja, que emerge del vientre del lobo convertida en mujer.


En la narración norsa de Þrymskviða vemos que el gigante Þrym se roba el martillo de Thor, llamado Mjolnir, por cuyo rescate pide la mano de la diosa Freyja (cuyo nombre se conserva en la palabra viernes Friday, o Freyja's day). Thor, escandalizado, urde una estratagema: se viste con el traje nupcial de Freyja y engaña al gigante. El diálogo entre Thor y Þryms es textualmente idéntico al de Caperucita con el lobo, lo cual arroja una luz difusa sobre la verdadera identidad genital de la muchacha.


Yendo aún más atrás, atravesando las oscuras mareas del tiempo, podríamos decir que el cuento de Caperucita Roja conserva, además, elementos del mito solar. La abuela representa el ocaso, la luz moribunda del crepúsculo devorada por la oscuridad de la noche -el lobo-, y la joven simboliza la luz del alba, que emerge del vientre lobuno como el sol que desgarra los velos de la noche. Mitológicamente hablando, el lobo sería nada menos que Skoll, aquel lobo descomunal de la tradición norsa, cuyo destino es devorar al sol en la batalla del Ragnarok, o bien Fenrir, ese lobo con fauces de hierro que cae en el apocalipsis bajo el martillo implacable de Thor.


Es curioso como la mitología se diluye en la tradición popular, se pierde y renace bajo una nueva concepción. Un lobo gigantesco se torna en licántropo mezquino, el Dios del Martillo, rápido para la cólera y la amistad, se vuelve un cazador furtivo en los bosques de Francia, y el mundo nuevo, regenerado, libre del acoso de demonios y gigantes del hielo, muta en las delicadas y ambiguas formas de una muchacha, que, como la luz rojiza del alba, orna su cabeza con el color del cielo naciente. 

Todos conocemos la historia de Hansel y Gretel. Ha sido reproducida, en mayor o menor medida, en casi todas las literaturas, de modo que sólo repasaremos la versión conocida, sumergiéndonos luego en la verdadera historia de Hansel y Gretel.


El cuento de Hansel y Gretel, amén de algunas variaciones locales, es el siguiente:

Hansel y Gretel eran hijos de un leñador. La familia era tan pobre que la madre convence al padre de abandonar a los niños en el bosque, ya que no tenían cómo alimentarlos. Los dejan en el bosque, pero Hansel marca con piedras el camino a casa. Regresan, y al día siguiente el padre los lleva aún ás lejos, pero Hansel, lúcido, vuelve a marcar el camino. El tercer día el leñador los lleva al corazón mismo del bosque. Hansel marca el camino, esta vez con migas de pan, pero rápidamente advierte que los pájaros se las han comido. Los hermanos pasan dos días deambulando por el bosque, hasta que encuentran una casa construida con azúcar, caramelo y pan de jengibre. Comienzan a devorar los muros. Diariamente la bruja que vive en la casa saca un dedo por la ventana para comprobar que los niños han engordado, ya que su propósito es comérselos, pero Hansel, astuto, la hace palpar un hueso que ha encontrado. Hastiada, la bruja los hace ingresar a la casa con la promesa de una gran comida. Le pide a Gretel que observe si el horno está lo suficientemente caliente. La niña advierte la trampa, y mediante una estratagema hacen que la bruja caiga dentro del horno, donde queda atrapada y muere. Los niños regresan a casa, no sin antes llevarse los tesoros de la vieja, donde se les informa que su madre ha muerto. Se quedan con el padre y, gracias a los tesoros robados, ya no pasan hambre.


Esta es la estructura de la historia conocida de Hansel y Gretel. Ahora pasemos a la historia real.


El cuento de Hansel y Gretel proviene de tierras germanas. Fue recopilado por los hermanos Grimm y publicado en 1812. Para mayores datos técnicos, fue clasificada como Clase 327 en el sistema Aarne-Thompson.

La historia de Hansel y Gretel pertenece un un grupo muy peculiar de cuentos populares de la edad media. En primer lugar, mantiene los elementos de iniciación de casi todos los pueblos indo-europeos, que indican el pasaje a la madurez mediante una incursión a lo salvaje, que en algunos casos duraba meses, e incluso años. La estudiosa del folklore medieval Maria Tatar observa algunas similitudes entre los horrores del Tercer Reich y la trama de Hansel y Gretel, señalando que el abandono de los niños por parte de los padres es una especie de Solución Final, y que la incineración de la bruja, que en el cuento original conserva todos los estereotipos del judío, es una prefiguración del genocidio en los campos de concentración.


Menos ominosa, Tatar sugiere luego que los pájaros representan los aspectos salvajes de la naturaleza, la cual se asegura la permanencia de los niños en sus dominios comiéndose el camino de migas trazado por Hansel. Los niños, por otro lado, no tienen reparos en saquear las riquezas de la bruja, ya que la adquisición de tesoros y la posterior remisión a la autoridad era una muestra clara de madurez. Por otro lado, la madre de los niños, a menudo suavizada bajo la figura de madrastra, está vinculada a la bruja, o bien es la bruja, ya que la muerte de ambas se produce al mismo tiempo, hecho que no es casual, como nada que sobrevive durante siglos en una narración.


Ahora bien, todos estos interesantes estudios parten de la versión de los hermanos Grimm, la cual conserva muchísimos elementos y olvida otros, tal vez poco adecuados para el niño victoriano. Hoy sabemos que el cuento, tal y como lo presentan los hermanos Grimm, es una variante desinfectada, inocua, de los horrores arquetípicos del original. La verdadera historia de Hansel y Gretel nos habla de las duras condiciones medievales, donde el hambre y la falta de recursos hacían del infanticidio un horror habitual.


Si alguien nos preguntase si Hansel y Gretel es un cuento para niños no dudaríamos en responder: "si". Ahora bien, ¿pensaríamos lo mismo si ese mismo alguien nos preguntase si una historia sobre abandono parental, infanticidio y canibalismo, es un cuento para niños?


La pregunta, por cierto, capciosa, elude las cuestiones fundamentales del cuento popular, a menudo esterilizado para el consumo masivo. En primer lugar, los oyentes del cuento de Hansel y Gretel no era niños, sino adultos, muchos de los cuales podían identificarse con la dura decisión de los padres al abandonar a los hermanos. Pero ni siquiera esta identificación logra penetrar en el misterio del cuento, que yace en lo profundo de la psiquis colectiva, pues todos los análisis caen sobre un error fundamental: creer en el narrador.


Los hemanos No son abandonados a su suerte y No existe una bruja. En estas dos aseveraciones reside la resistencia del cuento y su proliferación en distintos países. Siguiendo el razonamiento de un estudioso anónimo, podríamos seccionar la historia en los siguientes términos.


El hambre lo domina todo, se adueña de la voluntad más férrea y pervierte todo lo que consideramos humano y civilizado, pero nunca estigmatiza el futuro. Es decir, el Hambre nos obliga a realizar las mayores atrocidades, pero siempre tiene en cuenta el futuro, el día después. De este modo, los acongojados padres de Hansel y Gretel no los abandonan a su suerte, sino que los separan simplemente porque siendo sus padres no podrían comérselos. Iniciarlos en la madurez los libra de sus responsabilidades como padres. En su concepción, ya no son "niños", y, por lo tanto, el canibalismo es perfectamente aplicable en condiciones de extrema necesidad. Dejarlos en manos del bosque es, en primer lugar, aceptar que no son niños. En consecuencia, ellos ya no son padres, pero la culpa subyace como un ente inclaudicable, impidiéndoles actuar deliberadamente. Es aquí en donde entra a jugar el "disfraz" de bruja, un remedo carnavalesco que oculta la verdadera identidad del asesino: la propia madre de Hansel y Gretel.


No deja de ser curioso que sea Gretel, hasta entonces un personaje más bien secundario, quien resuelva el misterio y decida aplicar una suerte de justicia generacional sobre la madre. Hansel siempre se muestra lúcido, astuto, salvo cuando debe enfrentarse a la bruja, es decir, su madre. Y es que el hombre puede caer en muchas miserias, en miles de circunstancias horribles y ominosas, pero difícilmente se resista al pedido de su madre, casi como si devolver la hospitalidad uterina fuese una imposición genética. Gretel, en cambio, piensa con la imaginación. No razona lógicamente, sino con el corazón; y eso es lo que salva a los hermanos del fuego y el canibalismo.

Hay un ejercicio muy sencillo para comprender la verdadera historia de Hansel y Gretel. Refieran el cuento a un niño de cinco años o menos, y luego pregúntenle su opinión. Lo primero que dirá es, con más o menos detalles: "La madre es mala". Su mente se detendrá en el abandono, y el episodio de la bruja será una cuestión menor, anecdótica. Y es que si la madre es mala, deja de ser madre, deja, en la mente infantil, de encarnar el ideal de madre, por lo que la resolusión de Gretel queda prolijamente justificada.

Hansel y Gretel son reflejos de una situación tan espeluznante como cotidiana en las aldeas medievales, y ambos, gracias a un artístico juego de espejos, llegan hasta los oídos de nuestros niños como un presagio de lo que fue, o de lo que podría ser, si las circunstancias fuesen las adecuadas. 

La Bella Durmiente es uno de esos cuentos populares que todos conocemos... o tal vez no.

Primero tracemos un resumen del cuento, y luego entremos en detalles:


Una Reina da a luz una niña. El Rey anuncia una gran fiesta. Siete hadas son convocadas para ser madrinas de la niña. En agradecimiento por el honor (y por los regalos del rey) las hadas le entregan a la niña siete dones.

1: Ser la más bella de todas las mujeres.
2: Tener la bondad de un ángel.
3: La gracia de las gacelas.
4: Bailar con perfección.
5: Cantar como las aves.
6: Tocar con maestría todos los instrumentos.
7: Una gran inteligencia.

De pronto, una hada maléfica entra en el recinto. Furiosa por no haber sido invitada a la fiesta, maldice a la niña diciendo:

-¡El día de tu cumpleaños número quince te pincharás con una aguja y morirás!

Una de las hadas buenas dice:

-La niña no morirá, dormirá cien años y un príncipe la despertará.

Pasa el tiempo. Cuando la niña cumple quince años encuentra a una anciana cosiendo en una habitación del castillo; es el hada maligna que mediante esta estratagema logra que la joven se pinche el dedo con una aguja, y duerma. El Rey, abatido, manda a llamar al hada buena, que dice:

-Para que vuestro dolor no sea inmenso; y para que la princesa no se encuentre sola, dormirán todos, y no despertarán hasta que termine su largo sueño.

Todos duermen una siesta descomunal. Un bosque mágico cubre el castillo. Pasan cien años y un príncipe pasa por el lugar. Su caballo se niega a avanzar. Como por arte de magia, vé el castillo e ingresa. Encuentra a la princesa y, excitado por su belleza, la besa suavemente y la joven despierta, así como el resto de los durmientes. Al día siguiente comienzan las fiestas por el casamiento entre la princesa y su salvador.



La verdadera historia de la Bella Durmiente:

Antes de ser un cuento de hadas, la Bella Durmiente fue un cuento popular medieval, heredero de un pasado aún más oscuro y grandioso. En 1697, Charles Perrault lo publicó como: La Bella Durmiente del bosque (Belle au Bois Dormant). Años después, y tras profundas investigaciones folklóricas, los hermanos Grimm volvieron a publicar la historia, esta vez en Alemania, bajo el título: Bella Durmiente (Dornröschen).

Estas son las versiones que circulan normalmente, y sobre las que se construyó el imaginario del cuento -incluido Disney y su inagotable capacidad de aniquilar monumentos tradicionales-. Son similares en casi todo, salvo en el número de hadas. Los hermanos Grimm suavizaron la historia para darle el encanto de la sencillez, Perrault, en cambio, aprovecha el cuento para despotricar contra la mujer y dar rienda suelta a su machismo. Por ejemplo, insiste en que el príncipe se burla de las ropas antiguas de la princesa, e incluye a la inteligencia como uno de los dones ofrecidos por las hadas, como si ésta sólo pudiese existir sobrenaturalmente en la mujer. Luego se ceba en la madre del príncipe, una especie de ogro insaciable que intenta devorar a los hijos de la joven pareja. Los Grimm, mucho más sutiles, eliminan la entrega del don de la inteligencia, y aclaran en varias ocasiones que la princesa ya lo poseía.


Lo cierto es que, a pesar de los esfuerzos de los hermanos Grimm para no mostrarse machistas, la versión medieval de la Bella Durmiente nos habla de una princesa bastante estúpida. Leída fuera de un contexto mitológico, la maldición del hada sólo es entendible en términos de profunda misoginia. Supongamos que alguien nos envía una maldición análoga, es decir, que dentro de un tiempo caeremos en un sueño de un siglo luego de pincharnos con una aguja. Lo más razonable es que nos mantengamos alejados de tales herramientas textiles, pero esto no sucede en el cuento. Incluso el rey, hombre sabio y prudente, queda escandalizado ante la profecía, a la que considera perfectamente realizable. Vale señalar que en la edad media, y mucho más acá, la mujer estaba íntimamente relacionada con la confección y mantenimiento de las ropas, por lo que siempre había una aguja a mano para ellas. En este sentido el temor del rey es doblemente insólito, pues sabe que su hija, como mujer, está obligada a las tareas textiles, pero jamás se le ocurre que las abandone, hecho que la dejaría a salvo de la maldición.


Pronto veremos que todas estas anécdotas han sobrevivido por el simple hecho de que poseen un fuerte arraigo mitológico. No están allí en vano, ni su utilidad es meramente narrativa; están allí porque son el único vínculo con la verdadera historia de la Bella Durmiente.


Viajemos desde las alcobas de las niñas románticas y victorianas, y, por qué no, de las jovencitas de nuestro tiempo, y volemos hacia el pasado remoto de Europa Occidental. Atravesemos la edad media, a la que imaginamos cubierta por una nube sombría (e igualmente brillante), pasemos sobre el Beowulf, monumento inglés a la antiquísima mitología de aquel país, perdida para siempre, dejemos atrás al primer merovingio y a todos los reyes del continente; sigamos hacia atrás, lejos en el tiempo, mucho antes de que el Galileo ascienda al madero; sumerjámonos en una oscuridad arcaica, cuando los Señores del Valhalla aún eran temidos y adorados por las tribus indoeuropeas; entonces si, allí encontraremos la razón de que un cuento aparentemente imbécil sobreviva en nuestra era; iluminando la esencia escondida de la Bella Durmiente.


Nuestro vínculo con aquella época oscura es la Saga Volsunga (Völsungasaga), escrita en Islandia en el siglo XIII sobre historias que preceden el auge romano, y que se remontan, tal vez, al 800 a.C, cuando se produjo la llamada Völkerwanderung (migración de pueblos); época de cambios y exilios, donde civilizaciones enteras migraron a lo largo y ancho de Europa. Entre otras narraciones notables, la Saga Volsunga cuenta la historia de Sigurd (Sigurðr) y Brunilda (Brynhildr), cuyos cimientos son incluso anteriores a las migraciones, en una época tan antigua como el año 1000 a.C.


Brunilda era una Valkiria, esto es, una semidiosa que recogía a los héroes muertos en el campo de batalla, escoltándolos a los amplios salones del Valhalla. Ella es, a todas luces, la mujer en estado salvaje, honorable y terrible a la vez. Su silueta ambigua protagonizará épicas nórdicas como Nibelungenlied, e inspiraría a Richard Wagner en su obra capital: El anillo de los Nibelungos (Der Ring des Nibelungen). La Saga Volsunga cuenta que Odín, el gran dios nórdico, le ordena a Brunilda que decida sobre el destino de una batalla entre dos reyes, Agnar y Hjalmgunnar. Ella decide por Agnar, y Odín, enfurecido por no haberse inclinado por su favorito, Hjalmgunnar, la condena a un sueño eterno, es decir, a dejar de lado su condición de diosa y vivir en el mundo espeso de los sentidos. En otras palabras, Odín condena a Brunilda a vivir como una mujer mortal, y la encarcela en el monte Hindarfjall, oculto en los Alpes. Para ello la clava al duro suelo de una caverna utilizando agujas de fuego.


Sigurd, un caballero de noble estirpe, descubre la entrada a una oscura caverna en aquel monte, y la describe como un castillo de roca rodeado por un bosque espeso. Allí encuentra a Brunilda, presa de un sueño tan profundo que, en un principio, nuestro héroe la considera muerta; aunque sabe que no lo está. Su rey, Gunnar, le ha contado la tragedia de Brunilda, y lo ha enviado en una misión suicida, conseguir la mano de esta Valkiria caída. Para ello, Sigurd se disfraza con las ropas de Gunnar, ya que Brunilda solo se casará con quien pueda derrotarla en combate singular. El joven la despierta con un beso en la mejilla, detalle que algunos señalan como metafórico, sosteniendo que aquel beso fue, en realidad, un roce con el filo de su espada; y se entrelazan en un combate feroz.

Sigurd vence. Brunilda se entrega mansamente a su destino, pero antes de volver deben pasar la noche en la cueva, ya que una fuerte tormenta golpea los flancos de Hindarfjall. Yacen juntos, pero Sigurd coloca su espada entre ambos, para que sus cuerpos no se toquen. Él se mantiene fiel a su promesa al rey; pero Brunilda, encandilada por la fuerza del joven, intenta acariciarlo y se corta un dedo con la espada, cuya manufactura era tan perfecta que su punta era tan diminuta y afilada como la punta de un alfiler.


Reconocer estos jirones mitológicos no es sencillo, tampoco es particularmente necesario para disfrutar de una buena historia; pero su peso es el que decide la inmortalidad de un cuento popular. Quizás no sepamos el por qué, ni el cómo ni el cuándo, pero todos los cuentos que aún entretienen a nuestros niños poseen un pasado asombroso, algo que entra por los oídos pero que florece en el incosciente, que se ramifica en la vasta herencia psicológica de los pueblos, ajeno a los avatares del cine y los cambios, inmóvil, como el sueño de algunas princesas, fijo, como la mirada aguda de los príncipes que vagan por bosques ya olvidados. 

 

1 comentario:

  1. ME PARECIO MUY INTERESANTE Y ATRACTIVO...TE HACE DAR CUENTA DEL "MUNDO DE FANTASIA" EN EL QUE NARRAN CADA HISTORIA.ESTA BUENO TENER UN CONOCIMIENTO SOBRE LA VERDADERA HISTORIA DE TODOS ESOS CUENTOS CLASICOS SUPUESTAMENTE INFANTILES... MUY BUEN POST ;D

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